Sobre la URSS. Respuesta a Rolando Astarita

Rolando Astarita ha publicado una respuesta a la crítica que le realizamos a su artículo sobre la URSS. En ella, busca presentar la polémica como una contraposición entre su visión en la cual la continuidad de la transición al socialismo sería central para caracterizar al Estado, y la nuestra, en la cual según Astarita “la dinámica de esta sociedad no tiene importancia a los efectos de definir el carácter de clase del Estado”, posición que de ningún modo se desprende de nuestro artículo. Como veremos, aunque hace eje en las “formas políticas” para la transición, nunca discute qué tareas estaban planteadas para hacer frente a la burocratización, con lo cual el derrotero que llevó a  la restauración burguesa termina siendo una fatalidad inexorable.

Compartimos la conclusión con la cual finaliza su respuesta: “En estas cuestiones están en juego balances que, en última instancia, afectarán, de alguna manera, a la reconstitución política de las fuerzas socialistas”. Lamentablemente, su artículo no contribuye para avanzar en ese sentido. Se centra en tratar de saldar los debates apelando a citas sueltas, abstraídas de un tratamiento profundo de los cambios históricos. Su método es discutir contra posiciones inventadas, surgidas de deformar nuestras críticas, dejando sin respuesta los interrogantes centrales que dejamos planteados frente a su posición. Difícil, entonces, que se pueda avanzar en algún balance serio de lo ocurrido en la URSS.

Sobre las nociones «socialmente objetivas»

A pesar de que en numerosas ocasiones Astarita hace referencia a la complejidad de los problemas planteados por el derrotero que siguió la URSS, lo cierto es que su método para encarar estas complejidades parece bastante simple: apelar a citas de Marx, Engels, Lenin y Trotsky y pretender que no se puede hablar en la URSS de Estado obrero por la distancia entre la realidad de la URSS y las definiciones dadas por los distintos autores, sin analizar cómo las particularidades que planteó desde un comienzo la transición en la URSS plantearon una reevaluación de esas definiciones previas.

Aunque enfatiza que “no estoy apelando al principio de autoridad (tengo razón porque lo dijeron Marx o Trotsky)”, de hecho lo hace. Pero apela a fuentes que poca respuesta pueden dar sobre la burocratización de la URSS. Ni Marx y Engels, ni Lenin al momento de escribir El Estado y la revolución, podían prever los vericuetos de la historia. Los primeros, ni tenían en mente que la dictadura del proletariado se realizaría primero en un país atrasado en relación a Europa Occidental, producto del desarrollo desigual y combinado del mundo capitalista. Así como no habían previsto esto, tampoco a ellos, ni a Lenin al momento de escribir el libro que cita Astarita, se les vino a la mente anticipar la burocratización del Estado de la dictadura del proletariado. Lenin dedicó sus últimas energías a combatir los rasgos de burocratismo cuando este empezaba a despuntar. Sin embargo, no pudo plantear las nuevas cuestiones que la burocratización planteaba para el desarrollo de la transición al socialismo; el régimen de los soviets no fue liquidado por la dictadura de la burocracia hasta varios años después de su muerte.

La apelación a nociones “socialmente objetivas” de lo que entendemos por dictadura del proletariado, que fueron dadas previamente a que comenzara la burocratización de la URSS, difícilmente podría ayudar a saldar las cuestiones discutidas. Es una visión esquemática y bastante simplista, pretender que se puede recurrir a definiciones que serían válidas para cualquier momento, caracterizando los procesos históricos según encajen o no en ellas.

La revolución Rusa, ya desde el momento en llevó al poder a la clase obrera en una nación atrasada en relación al capitalismo Europeo, dio lugar a fenómenos particulares que no se ajustaban a ninguna norma de lo que los marxistas habían previsto sería la transición al socialismo. El asentamiento de la burocracia en el marco de una ola de reacción a nivel internacional y en la propia Rusia exacerbaría esta situación.

El propio Trotsky ya se enfrentó con quienes procedían de forma similar. Frente a ellos, señalaba: “Hay quienes plantean que, dado que el estado real que surgió de la revolución proletaria no se corresponde con las normas ideales planteadas a priori, le vuelven la espalda”[1].En oposición a este proceder, proponía:

descubramos entonces qué fue lo que no previmos cuando elaboramos las normas programáticas; más aun, analicemos qué factores sociales distorsionaron el estado obrero; veamos una vez más si estas distorsiones se extendieron a los fundamentos económicos del estado, es decir si se mantuvieron las conquistas sociales básicas de la revolución proletaria; si es así, veamos en qué dirección están cambiando; y descubramos si existen en la URSS y en el mundo factores que puedan facilitar y acelerar la preponderancia de las tendencias progresivas sobre las reaccionarias. Ese análisis es complejo. No proporciona ninguna clave preconcebida a las mentes perezosas, a las que tanto les gustan los preconceptos. En cambio, nos preserva de las dos plagas, el esnobismo y la hipocresía, y nos da la posibilidad de influir activamente sobre los destinos de la URSS.

Nada parecido, entonces, a nociones “socialmente objetivas” que puedan saldar las cuestiones en debate.

Nuevamente sobre régimen y Estado

Astarita afirma que hacemos “un ‘mundo’ de un tema menor, de tipo semántico”, cuando le criticamos se confusión de las categorías de régimen y estado. Apela –siempre sin estar recurriendo a la autoridad, por supuesto- al hecho de que Trotsky utilizó ambos términos como sinónimos en varias ocasiones[2].

A los fines de algunas discusiones, no resulta problemático identificar ambos términos. Sin embargo, para afrontar la discusión de qué quedaba del legado de la revolución de octubre en la URSS, y cómo enfrentar a la burocracia, esta distinción se vuelve clave. Astarita destaca, supuestamente contra nosotros, que las “formas políticas son vitales para el dominio de clase, y avanzar en la transición al socialismo”, pero le parece mucha alharaca que le señalemos que su tratamiento reduce el contenido a las formas en que se manifiesta, en vez de abordar cada dimensión y la relación entre ambas.

Como plantea Claudia Cinatti en un extenso trabajo dedicado a hacer un balance de las controversias sobre la URSS (una de las muchas y profundas elaboraciones de nuestra corriente para hacer un balance de la URSS, contradiciendo la afirmación de Astarita en su primer artículo de que nadie en el trotskismo “jamás reflexionó sobre esta cuestión”), Trotsky partía metodológicamente de “la distinción entre régimen político y Estado, común en las definiciones del marxismo clásico. Por ejemplo para Lenin, históricamente el Estado burgués podía asumir distintas formas políticas -democráticas o dictatoriales- pero siempre expresaría la dictadura de clase de la burguesía que imponía sus relaciones de producción y se servía de la maquinaria estatal para perpetuarlas. En el mismo sentido, la dictadura del proletariado tenía dos acepciones que no podían confundirse: una como régimen político, y otra como contenido social del Estado”[3].

Así como se puede hablar de régimen capitalista para referirse a la sociedad dominada por la burguesía y esto en general no plantea ningún inconveniente, esto ya no puede hacerse cuando uno quiere distinguir entre la democracia burguesa y una dictadura totalitaria, pero a la vez señalando el hecho de que ambas formas de gobierno o de Estado sostienen el dominio social de la burguesía. Aquí la distinción entre Estado y régimen se vuelve fundamental.

Aunque Astarita se queje del “barullo” que hace nuestra crítica con esto, y nos acuse de “embarrar la cancha”, creemos que no se le puede pasar algo tan básico como que estos conceptos, permiten plantear la articular la relación entre forma y contenido cuya importancia le parece primordial según señala reiteradamente. Sólo que evitar esta confusión hace más problemático transitar la senda de ambigüedades y planteos a medias que recorre el artículo.

Esto nos lleva a una cuestión que Astarita define como “vital”. En su crítica sostiene que para caracterizar al Estado como Estado obrero desde el punto de vista de la propiedad nacionalizada “se debería demostrar que existía algún impulso, inherente a la relación estatizada, que preparaba el socialismo, o impulsaba a la URSS en esa dirección, a pesar de la burocracia”. Esta condición que pretende establecer Astarita es completamente arbitraria, y con esta pretensión deja en evidencia una lógica bastante mecanicista y objetivista. A Trotsky nunca se que ocurrió que pudiera llegarse al socialismo sin barrer a la burocracia, a pesar de ella, gracias a algún impulso inherente a la propiedad estatizada de los medios de producción. No es una ocurrencia original de Astarita, sino algo remarcado una y otra vez por Trotsky que “A diferencia del capitalismo, el socialismo no se construye mecánicamente, sino conscientemente. El avance hacia el socialismo es inseparable del poder estatal que desea el socialismo o se ve obligado a desearlo”[4]. Por eso, cosa que Astarita omite, Trotsky es muy específico en dar cuenta de las formas que va adoptando el régimen político. Lejos de mantener una definición estática del Estado obrero, analiza profundamente los cambios en las formas de este Estado, de suma importancia para las conclusiones políticas. Si primero  Lenin y Trotsky caracterizan que el de Rusia es un Estado obrero con rasgos burocráticos, para el período 1923-1928 va a caracterizarlo como centrismo burocrático, posteriormente (1928-1932) como bonapartismo burocrático, y a partir de ahí como dictadura burocracia o totalitaria. Estas formas que adopta el régimen dan cuenta de las cambiantes relaciones de fuerza entre las fuerzas socialistas y obreras y las fuerzas burocráticas reaccionarias que se disputan sobre las bases de la propiedad nacionalizada.

Trotsky establece un paralelo entre la burocratización de la URSS y el Termidor de la revolución francesa, proceso de reacción política y social que se dio sin embargo sobre la base de la nueva sociedad y el nuevo estado de la burguesía. Para Trotsky, “El Termidor fue la reacción actuando  sobre los fundamentos sociales de La Revolución”[5] y lo mismo vale para el avance de la burocracia en la URSS, que no liquidó la propiedad estatizada.

Para Astarita la “estatización ‘en sí’ no tiene una naturaleza ‘proletaria’, o de cualquier otro tipo. La estatización será una relación proletaria si, articulada con otras medidas, refuerza el poder político de la clase obrera”. En el caso de la URSS no se trata de cualquier estatización “en sí”, como puede ser la expropiación de las empresas petroleras en el México de Cárdenas, lo cual también fue analizado por Trotsky en su momento, definida como una medida nacional burguesa en un país semiconolial. En la URSS la estatización fue producto de una revolución que destruyó el poder político y social de la burguesía y que puso en pie un Estado de transición, revolución que Astarita en su respuesta no tiene ningún reparo en definir como socialista. Insistimos, las consecuencias de la burocratización deben medirse en relación a las conquistas de la revolución. Y acá, aunque la burocratización liquidó los organismos de poder de clase obrera, no logró restablecer las viejas condiciones de explotación, ni cristalizar otras nuevas diferenciadas.

Sin embargo, Trotsky no subestimaba los efectos de la reacción burocrática. Luego de las grandes purgas-gulags-juicios de Moscú Trotsky piensa que es necesario todo un período o nuevas revoluciones internacionales nacidas de la guerra II para recomponer las fuerzas que la burocracia acababa de liquidar literalmente, sin las cuales la perspectiva de regenerar el Estado obrero era impensable.

Astarita pretende que nuestra caracterización lleva a sostener que hay en el Estado una “esencia proletaria” que no podría ser alterada por las formas políticas. La definición del Estado como obrero no remite a ninguna esencia, sino al hecho de que la burocratización no había significado el restablecimiento de la hegemonía de la burguesía ni el surgimiento de ninguna otra clase explotadora. Partir de que en la URSS los medios de producción permanecían estatizados era fundamental para definir desde donde debía partir y los desafíos que afrontaría la clase obrera en su lucha por quitarse el yugo de la burocracia, algo que se vio en todas las revoluciones políticas que recorrieron el espacio soviético: no sólo enfrentaba a la burocracia, sino a los agentes de la restauración capitalista.

No puede dar ningún “impulso” al socialismo por afuera de la iniciativa de las masas obreras; y por eso, como ya señalamos en nuestro artículo anterior de crítica a Astarita, Trotsky consideraba de vida o muerte la liquidación de la burocracia y el establecimiento de un régimen pluripartidista soviético. Sin embargo, para restablecer la democracia obrera había de definir concretamente cuáles eran las tareas, y para eso había que partir de cuáles eran los cambios que había implicado la burocracia para las conquistas que había permitido la revolución de octubre, y cuáles eran los límites de la reacción social que había permitido su avance en las instituciones del Estado obrero.

¿Modo de producción “burocrático” en un solo país?

Retomando una línea ya transitada por muchos autores, Astarita defiende la idea que un nuevo modo régimen social explotador en Rusia, sin considerar lo que allí sucedía como expresión de relaciones entre las clases a nivel mundial. En la época de la mundialización capitalista, que generó relaciones de dependencia a escala planetaria,  es impensable que la evolución de cualquier régimen social pueda sustraerse a las tendencias centrípetas de la acumulación capitalista y seguir un curso aislado independiente. Las relaciones de fuerza entre las clases se articulan a escala internacional y no en cada  nación de forma aislada. Los sucesos de un país repercuten rápidamente en otros, y todas las clases sociales sacan conclusiones de los resultados de las luchas ocurridas en otras latitudes.

Sin embargo, para Astarita la atrasada Rusia dio lugar a un nuevo régimen explotador en un sólo país. De repente, URSS, nacida de la revolución rusa, que sacudió la relación entre burguesía y proletariado a escala mundial, se sustrajo de esas contradicciones que había producido su revolución y constituyó un modo de producción “ni capitalista ni socialista”. Por lo menos, intentos previos de fundamentar el surgimiento de un nuevo modo de producción burocrático en la URSS se apoyaron en tendencias internacionales que marcaban el ascenso de una nueva clase social, gerencial o burocrática. Pero Astarita no se toma siquiera este trabajo.

Astarita busca apoyarse en afirmaciones del propio Trotsky, que “sostuvo que si la clase obrera soviética se demostraba incapaz ‘de tomar en sus manos la dirección de la sociedad’, podría desarrollarse ‘una nueva clase explotadora a partir de la burocracia fascista bonapartista’”. Como suele hacer sacando citas de contexto, Astarita no discute cuáles son los límites que tiene la definición, planteados por el propio Trotsky en el texto que cita, En defensa del marxismo.

Trotsky señala que “a causa de la postración política de la clase trabajadora”  las tendencias a la colectivización habían “tomado la forma de ‘colectivismo burocrático’”. Pero aunque  “el fenómeno en sí es irrefutable” se pregunta inmediatamente “¿cuáles son sus límites y su peso histórico?”.

Trotsky no rechaza en abstracto la eventualidad de que el burocratismo soviético se transformara en una “formación social independiente en la que la burocracia es la clase dominante”[6] bajo condiciones muy precisas: que el régimen estalinista se estabilizara de manera duradera, y que la burocracia se transformara en un articulador necesario de la reproducción social, siendo además capaz de perpetuarla en el tiempo.

No puede decirse que esto haya sucedido. Trotsky opinaba que la burocracia no sobreviviría a la guerra, pero esto no fue así. El heroísmo de las masas soviéticas contra el ataque alemán se sobrepuso a la inoperancia militar de la burocracia estalinista, que venía de liquidar a los mejores generales del Ejército Rojo durante las purgas de los años ‘30[7]. Esto dio bastante oxígeno a un régimen que antes de la guerra se encontraba en profunda crisis, pero no cambió la disyuntiva: o revolución política o restauración capitalista. Aunque después de la victoria en la II Guerra Mundial la burocracia logró un cierto represtigio, éste se agotó rápidamente cuando se puso en evidencia que no habría ningún relajamiento en las condiciones opresivas del régimen (sólo luego de la desestalinización se pusieron en marcha algunos limitados cambios).

La burocracia no podía dar lugar a un régimen estable de “colectivismo burocrático”, porque mientras por un lado su relación con los medios de producción socializados la llevaba a defenderlos de las presiones restauracionistas ya que no tenían otra forma de asegurar sus privilegios, por otro lado la forma en que los administraban iba erosionando las bases de la economía nacionalizada. Lejos de un régimen social independiente y duradero, la burocracia llevó a la URSS, ya para comienzos de los ’70 a una situación de profunda decadencia. La disyuntiva entre barrer a la burocracia o que esta se transformara en un agente de la restauración capitalista se hacía cada vez más ineludible. Ninguna alternativa intermedia, que dé lugar para hablar de régimen transitorio.

Esto último es reconocido por el propio Astarita en el artículo que le criticamos cuando sostiene que “en un mundo capitalista, la URSS y otros regímenes similares no tenían posibilidad alguna de desarrollar una forma de producción ‘burocrática’ en el largo plazo. El desarrollo extensivo, y el fracaso de pasar a un crecimiento intensivo, sustentado en la tecnología y la productividad del trabajo, impulsaron de manera creciente a estimular las formas proto o pre capitalistas, que parasitaban en los intersticios de la economía estatizada […] En este respecto tenía razón Trotsky, cuando negaba viabilidad histórica a la burocracia”.

Sin embargo, aún no llegamos al punto central. Como adelantamos al comienzo de este apartado, la caracterización de la URSS y de su derrotero no se puede considerar de manera aislada, sin articularla con la evolución de la lucha de clases a escala mundial y la situación del capitalismo. Escribiendo a comienzos de la segunda guerra mundial, Trotsky opinaba que el elemento clave para determinar si la burocracia podría asentar su dominio en la URSS era si la guerra daba lugar a nuevas revoluciones triunfantes, o si sólo se producían nuevas derrotas; y cómo saldrían los países imperialistas de la guerra. No había perspectivas de asentar “relaciones de producción burocráticas” en la URSS en coexistencia con una economía mundial capitalista presionando sobre un país -o varios- “no capitalistas”. Por eso, sólo el resultado de la guerra permitía los interrogantes que planteaba:

¿es la burocracia un crecimiento temporal en un organismo social o se ha transformado ya en un órgano históricamente indispensable? Las excrecencias sociales pueden ser el producto de un conjunto «accidental» (por tanto, temporal y extraordinario) de circunstancias históricas. Un órgano social (y esto son las clases, incluidas las clases dominantes) sólo puede comprenderse como el resultado necesario del desarrollo de las necesidades de la producción. Si no respondemos a esta pregunta, la discusión se convertirá en un mero juego de palabras[8].

La salida de la guerra tendría un resultado ambivalente: aunque a 5 años de finalizada, la expropiación del capital se había realizado en un tercio del planeta, lo cierto es que en Europa occidental el esfuerzo coordinado de los ejércitos imperialistas y la colaboración del estalinismo permitieron derrotar o desviar los levantamientos de masas. Estos países, junto con los Estados Unidos y Japón, vivirían el  boom de la reconstrucción de posguerra, que conoció tasas de crecimiento económico sin precedentes durante más de una década en los países más desarrollados. También hubo cierto “derrame” a algunos países de desarrollo capitalista más tardío. Esto marcó un fortalecimiento relativo del capitalismo mundial.

En este contexto, la URSS enfrentó una fuerte hostilidad en el plano externo, con el permanente hostigamiento imperialista que dio lugar a la guerra fría, en el marco de una estrategia defensiva de convivencia con el capitalismo imperialista y no de  revolución internacional.

La dinamización de la acumulación capitalista durante la posguerra, y el desarrollo de nuevas ramas obligaron a la burocracia a realizar enormes esfuerzos para mantenerse a la par, que agravaron los desequilibrios entre las ramas consideradas estratégicas y las que satisfacían el consumo de la población o proveían insumos y medios de producción a estas últimas.

Finalmente, son las amenazantes consecuencias de Polonia, y la presión del gobierno de Reagan luego que la reacción conservadora empieza marcar una recuperación de la economía norteamericana sobre la base de un duro golpe a los asalariados, los elementos que precipitan la restauración capitalista. Estos pocos aspectos señalados bastan para mostrar que el destino de la URSS estuvo completamente atado, desde el comienzo hasta el fin, a la lucha de clases internacional y que no hay lugar para caracterizar ningún régimen social que pudiera recibir otra caracterización que la de transitorio.

El programa de revolución política frente al test de la historia

No es extraño que Astarita se moleste por la apelación a Hungría, Polonia, Checoslovaquia. Sobre todo la revolución húngara de 1956, mostró la certeza de la caracterización de Trotsky sobre la burocracia, y la corrección de su programa de revolución política. Aún sin contar con una dirección revolucionaria que pudiera conducirlas a la victoria, las masas levantaron un programa de democratización del régimen político restableciendo la pluralidad de partidos soviéticos, y la democratización de los sindicatos y la participación en la discusión del plan. La precisión de este programa, que se mostró históricamente correcto, contrasta con la abstracción de los planteos de Astarita. Aunque éste se dedica a lo largo de todo su artículo a destacar la importancia de lo subjetivo y de las “formas” políticas para la transición en ningún momento es consecuente con eso. Nunca explicita cual sería la vía para regenerar el carácter revolucionario de los Estados donde se había impuesto el dominio de la burocracia. La clase obrera y sus tareas, están llamativamente ausentes.

Hace referencia al final de su artículo a los “errores trotskistas”, pero lo sitúa en no haber reconocido que había, siempre según Astarita, nuevas relaciones de explotación, burocráticas; y no donde realmente estuvo el error estratégico de lo que hemos denominado el trotskismo de Yalta[9], que es en no haber sostenido consecuentemente un programa de revolución política, que articulara el planteo de democratización de partidos y sindicatos estableciendo el pluripartidismo soviético, y el control democrático del plan, restableciendo los mecanismos de participación obrera y popular activa en todos los niveles de articulación del mismo. Si para Astarita, el error es no haber aceptado el fatalismo de que ya no quedaba nada por salvar, para nosotros es haberse adaptado ya previamente, de tal forma que para 1989/‘91 no quedara ni un atisbo de alternativa a la restauración, que subrepticiamente venía en marcha incluso desde antes de que se anunciara la Perestroika. El principal “error trotskista” no fue en realidad sobre la caracterización de la URSS sino otro, que Astarita no cuestiona que es haber encarado los procesos del ‘89/‘91 con un programa de etapista para la revolución política, donde primero se articularía un bloque por “la democracia en general”, en el que los trotskistas enfrentarían a la burocracia aliados a fuerzas pequeñoburguesas restauracionistas. Esta conquista sería el “febrero” de la revolución política, luego del cual vendría el desarrollo de los organismos de poder obrero que permitirían llevar a cabo la “verdadera revolución política”.

La crítica de la caracterización que hacían las corrientes trotskistas de la URSS, pero no de la política que llevaron a cabo, busca minimizar la centralidad que tuvo el bajo nivel de subjetividad del movimiento de masas para explicar el rechazo de las masas obreras a cualquier idea de defender la propiedad estatizada de los medios de producción y las ilusiones depositadas en la democracia burguesa y el capitalismo occidental. Aunque a Astarita le moleste que lo señalemos, esto no demuestra que en las bases sociales de la URSS no quedara nada para defender frente a la avanzada restauracionista. Sencillamente expresaba el peso de las sucesivas derrotas que se habían dado a lo largo de décadas en los distintos países del área soviética, y la desorientación estratégica que mostraron el trotskismo de Yalta en estos procesos, especialmente en el caso de Polonia[10].

Como ya planteamos en el artículo previo, en ningún modo puede decirse que una mejor intervención en Polonia, o un balance más profundo sobre la intervención allí, no habría permitido al trotskismo aparecer como alternativa hacia un sector para enfrenta la restauración. La negativa de las masas a enfrentar la restauración, a la que apela Astarita como prueba final en favor de su caracterización, es la expresión más aguda de una crisis subjetiva, tanto al nivel de las masas como de las fuerzas revolucionarias que no pudieron articular un programa que enfrentara tanto a la burocracia como a las fuerzas restauracionistas, y resultara convincente para la clase trabajadora. Acá donde pesan los aspectos subjetivos, Astarita nos propone un fatalismo objetivista, abandonando su pretendido énfasis en lo subjetivo.

Silencio, Cuba

La estrategia de revolución política articula la pelea por la democracia política y la democracia económica: apunta a barrer con el poder de la burocracia, restableciendo la democracia en las organizaciones obreras –partidos y sindicatos-, permitiendo la participación política de todos los partidos que apoyaran el régimen soviético, e imponiendo la discusión y el control democrático de la planificación por parte de los trabajadores. Como señalamos en nuestra crítica a Astarita en ningún modo tiene “solo un carácter político” como pretende Astarita. En su respuesta, pasa por alto esta cuestión, y no responde a la pregunta sobre en qué medida debería cambiar el programa y la estrategia en su definición.

Esta cuestión es muy actual: no atañe sólo al balance de qué fue la URSS sino a la encrucijada en la que está Cuba actualmente, de la cual no por casualidad Astarita no dice ni palabra. ¿Cómo caracterizamos a Cuba? ¿Se trata ya de una formación  social capitalista? ¿Existen ahí para Astarita relaciones de producción burocráticas? ¿Qué decimos frente a las medidas anunciadas en el último congreso? Frente a las amenazas de agresión externa imperialista ¿dejaríamos de defender a Cuba frente a la amenaza imperialista porque se trata de una dictadura capitalista o un régimen explotador burocrático? ¿O vamos a defender a Cuba sin criticar a Castro? (nuestra posición puede leerse en esta declaración).

A la hora de posicionarse sobre un tema de tanta actualidad, la definición ecléctica de Astarita entra en un callejón sin salida. O debe reconocer que la burocratización no ha liquidado la propiedad socializada de los medios de producción, y por lo tanto para enfrentar los avances restauracionistas es necesario pelear por barrer a la burocracia mediante una revolución política que no debe tener  “solo un carácter político” sino que junto con establecer organismos de democracia obrera y la pluralidad de partidos que apoyan la revolución debe discutir democráticamente la planificación; a la vez que de hacer frente a cualquier amenaza del imperialismo. O, contra esto, se apoya sin miramientos los reclamos de “democratización”, de la mano incluso de los restauracionistas, dado que poco quedaría por restaurar si ya hay relaciones de explotación. Precisar su posición al respecto, en vez de salir del paso aduciendo desconocimiento sobre las condiciones en la isla, sería un paso adelante, para poder avanzar seriamente en el objetivo declamado por Astarita de aportar en la “reconstitución política de las fuerzas socialistas”.


[1] Trotsky, León, “El estado obrero, termidor y bonapartismo”, The New International, julio de 1935.

[2] No podemos dejar de señalar, sin embargo, que Astarita tiene la mala fortuna de seleccionar una cita donde, aunque utilizando otros términos, Trotsky remarca la importancia de distinguir las distintas formas políticas que pueda adquirir el Estado, con las relaciones de propiedad en las que se basa, y que son el punto de partida para la caracterización. Trotsky señala, según cita el propio Astarita que “… el régimen que guarda la propiedad nacionalizada y expropiada de los imperialistas es, independientemente de sus formas políticas, la dictadura del proletariado”. Como se ve, más allá de las categorías en juego, Trotsky establece dos niveles: el de las bases sociales y el de las formas políticas, cuya relación es menos simple que la planteada en la lectura de Astarita.

[3] Cinatti, Claudia, “La actualidad del análisis de Trotsky frente a las nuevas (y viejas) controversias sobre la transición al socialismo”, Estrategia Internacional n° 22, Buenos Aires, noviembre 2005.

[4] Trotsky, León, “Estado obrero…”, op. cit.

[5] Ídem.

[6] Esta definición es dada por Trotsky en su carta a James Cannon de setiembre de 1939, “La URSS en guerra”, compilado en En defensa del marxismo, tomado aquí según la versión digital disponible en www.marxists.org.

[7] Aunque Astarita menciona en sus artículos que “muchas poblaciones soviéticas recibieron a los ejércitos hitlerianos”, esta no fue una actitud generalizada en la población Rusa. La iniciativa de las masas fue un elemento clave en el triunfo contra la invasión de Alemania. Es interesante la reflexión que hace al respecto José Manuel Prieto: “El país −no hay duda de ello− había llevado a cabo un acto de heroísmo colectivo. Para los reformistas, para las personas que todavía pensaban en salvar el socialismo, aquello era una señal de que lo soviético no estaba del todo podrido. Creo que fue un sentimiento compartido por toda una generación de escritores, para quienes la guerra significó una experiencia salutífera, vivificante; en la guerra encontraron una razón de ser más allá del sinsentido totalitario; un espacio de tiempo en que el Gulag, los horrores de los años treinta, los desmanes, la escasez, el horror cotidiano, (lo que he investigado y conceptualizado como “Terror de Baja Intensidad”) del estado totalitario encontró una vía de escape” (“La literatura de la guerra en la Rusia soviética”, Revista de historia internacional año 9, n° 35, DF, CIDE, 2008). Las expectativas de reformas serían rápidamente defraudadas, tanto en la inmediata salida de la guerra, como luego de la muerte de Stalin a pesar de algunos amagues de Jruschov.

[8] Trotsy, León “La URSS en guerra”, En defensa del marxismo, op. cit.

[9] Para una fundamentación de esta denominación, ver entre otras fuentes Castillo, Christian “La actualidad de Trotsky”, noviembre 2002, página del CEIP León Trotsky.

[10] Para un análisis de la deriva estratégica de las corrientes del trotskismo durante la posguerra, que pega un salto a partir de la revolución polaca y las desarma completamente frente a la restauración capitalista, ver Maiello, Matías y Albamonte, Emilio, “En los límites de la restauración burguesa”, Estrategia Internacional nº 27, Bs. As. Febrero de 2011.

VER PDF

Tags: , ,

Category: Artículos, Economía, Ideas y debates, Política, Teoría marxista

Comments (7)

Trackback URL | Comments RSS Feed

  1. Martín dice:

    Astarita y su costumbre de deformar. Hace decir a los demás lo que él quiere para después decir lo que justamente dijo el otro. Esto lo hace con Lenin, con Trotsky, con Mandel… Al final, no aporta nada; sólo confunde.
    Cita constantemente a Marx como fuente de verdad absoluta, pero basta leer con detenimiento para darse cuenta que quita de contexto, simplifica… En el fondo, su objetivo, como si fuera una especie de pseudo-sabio oriental, es pregonar fatalismo paralizante.
    En su blog si alguien le lleva la contraria, desespera y sale con cualquier cosa, siempre con un: ‘lo dijo Marx’. Y si se la siguen, saca a su abatar ‘aníbal’, que se supone es otro comentarista, y directamente agrede. Amén de que ya no deja volver a contestar.
    Es triste que dentro de la izquierda haya gente que en lugar de tener sinceras ganas por aportar, esté para perder el tiempo.

    • Wal dice:

      Es muy triste que una buena polémica sea «bastardeada» por un comentario tan difamatorio como el de Martín (Argo?)
      A ver compañeros si nos centramos en la discusión y no en pavadas de poca talla intelectual.
      Saludos revolucionarios.
      Wal.

  2. Martín dice:

    Es avatar y no ‘abatar’. Perdón.

  3. José dice:

    Martín, este es el sitio del IPS, no te confundas que para hacer bardo tenés lanacion.com
    José.

  4. Martín dice:

    Es verdad. Le pido perdón a la gente de IPS.
    Gracias por hacérmelo ver Rolo… no, Aníbal… no, José.

  5. José dice:

    … De nada, Martín.
    Te paso otro buen link para que no sigas pidiendo perdón a los compañeros del IPS:
    http://www.saludymedicinas.com.mx/nota.asp?id=506
    José.

  6. Martin Argo dice:

    Vuelvo a aclararle a Wal que no soy el Martín que posteó más arriba (¡cuánta suspicacia, muchacho! ¿habrá mala leche?).
    No obstante, me llama poderosamente la atención que los dichos de este Martín concuerden tan ajustadamente con mi propia experiencia efectiva de «discusión» con Astarita, de cuyo blog fui arbitrariamente baneado.
    Aprovecho para señalar que los posts de quienes acusan a Martín de «bastardear» esta discusión, no sólo cometen ellos mismos el «pecado» que le atribuyen tan rápidamente, sino que lo agravan y, encima, sin agregar contenido alguno. Al menos Martín no se limitó a ofender o descalificar o, en todo caso, si lo hizo al menos lo formuló como un argumento: Habló de deformación de los dichos del adversario por parte de Astarita, de su discusión con posturas inventadas, etc., apreciaciones que por lo demás coinciden con lo que señala la nota principal de este foro, lo cual hace la intervención de Martín mucho más apropiada que la del «piola» que pegó un link a no sé qué sitio de temas médicos.
    En resumen: Estas personas que se muestran tan propensas a sentirse ofendidas, tan quisquillosas ante cualquier interpelación más o menos crítica, no dudan en insertar posts meramente ofensivos sin molestarse en aportar ni siquiera un fundamento y, encima, se consideran a sí mismos tan inocentes y puros como Adán antes de conocer a la serpiente.
    Martín, a su manera, refrendó las caracterizaciones de la nota que preside el foro. Si sus comentaristas querían decir algo a propósito de la discusión (algo que exigen destempladamente a Martín) sería bueno que lo hagan, de una vez.

Dejar un comentario




Si quieres agregar una imagen a tu comentario, consigue un Avatar.