Apuntes sobre el poder real bajo el kirchnerismo
En estas líneas queremos retomar la discusión iniciada en el blog del compañero Fernando Rosso con el post “Del ‘Nac&Pop’ a la restauración (leyendo desde Gramsci al kirchnerismo)” que motivó la respuesta tanto de Artemio López (director de la Consultora Equis, autor del blog Ramble Tamble y uno de los principales defensores del gobierno), como de Manolo Bargue (bloguero peronista, autor del blog Deshonestidad Intelectual), y que en su momento fueron publicadas en La Verdad Obrera.
En el caso de Artemio López, su crítica estaba centrada en negarle el carácter de “crisis orgánica” a la situación que sirvió de marco a las jornadas de 2001, a la que caracteriza como “crisis de coyuntura”. La polémica consiste en definir si el kirchnerismo fue una restauración conservadora del 2001 o no. Y por ende, si el “cristinismo” actual con sus rasgos particulares (“pérdida de peso y poder de los sindicatos y ataque a la izquierda sindical clasista en particular, discurso contra los piquetes, alianza más fuerte con los empresarios, Boudou como la ‘gran figura’ del ‘nueva’ coalición, apoyo abierto en y al aparato pejotista…”) se puede caracterizar, parafraseando a Lenin, como “etapa superior del kirchnerismo”. Tradicionalmente los intelectuales K se negaron a reconocer el carácter restaurador del kirchnerismo, planteando la derecha sojera tenía la representación exclusiva de la “restauración conservadora” que se oponía a la “profundización del cambio”. Hoy, cuando un discurso como este se hace cada vez más difícil de sostener, el cuestionamiento de Artemio López al carácter “orgánico” de la crisis del 2001 es una especie de resistencia en la última trinchera.
Del lado de Manolo Bargue, la crítica apunta a otro lado. Representante de la “realpolitik”, centra su reflexión sobre el poder en la sociedad argentina en la preeminencia del PJ como “poder organizado” (Lassalle) y con eso se siente conforme. Siguiendo estos términos, nos dice que la izquierda “no clasifica”: “Muchas de las Organizaciones ‘Clasistas’, porque llamarlas Partidos es una exageración, son definidas como: ‘Peloteros Políticos para los Jóvenes inquietos de la Burguesía, que cuando las papas queman, vuelven con Papá y Mamá’.” Más allá de la chicana, aceptamos el convite como ejercicio contra cualquier visión facilista o liviana que opine que con un poco más de votos y la unidad de la izquierda tal cual es, “alcanza”. Para pensar qué partido es necesario construir para la revolución, la premisa básica es contar con una visión del enemigo a la altura de las circunstancias.
Esta es una discusión que recobra total actualidad a la luz de los últimos acontecimientos como el encarcelamiento de Rubén Sobrero y el brutal ataque sufrido contra Daniel Farella, delegado de la Línea 60, donde un grupo de matones fue a buscarlo a la casa y atacaron a su nieta de 15 años, un accionar asimilable al de la Triple A que formaron la derecha peronista, la burocracia sindical y las fuerzas represivas en los ’70. Estos hechos se dan en el marco de los discursos presidenciales contra la acción obrera y las organizaciones del sindicalismo de base, del encarcelamiento de Oñate y Acosta, de más de 4000 procesados por luchar, así como del asesinato de Mariano Ferreyra, de los asesinatos en el Parque Indoamericano, en Ledesma, y de los Qom en Formosa. Y tiene más actualidad todavía esta discusión, si la enmarcamos en que la crisis internacional ya ha comenzado a dar sus primeros golpes en la Argentina, y que más allá de la magnitud inmediata de los mismos, pone por delante la perspectiva de mayores enfrentamientos en la lucha de clases frente los intentos de descargarla sobre los trabajadores y el pueblo.
Partido revolucionario vs. partido de izquierda “en general”
En la campaña del Frente de Izquierda venimos señalando la necesidad de “una alternativa política de los trabajadores en todo el país”. A su vez, hay abierto un debate entre las fuerzas del FIT, en este sentido, sobre el desarrollo de corrientes clasistas en los sindicatos que luchen por un partido de trabajadores delimitado del centroizquierdismo y de todas las variantes de conciliación con la patronal. Mientras que reafirmamos el carácter táctico de la consigna de “partido de trabajadores” en relación a nuestro objetivo estratégico de construir un partido de trabajadores revolucionario internacionalista, estamos abiertos a impulsar experiencias tácticas transitorias de este tipo para dialogar con las amplias masas de la clase obrera cuyos batallones centrales siguen apoyando al peronismo en sus distintas variantes (ahora mayoritariamente kirchneristas).
A su vez, desde el PTS venimos impulsando junto con compañeros independientes comités de Nuestra Lucha con el objetivo de construir una corriente clasista en el movimiento obrero que tienda a fusionarse con los revolucionarios como condición sin la cual no se puede pensar poner en pie un partido revolucionario en la Argentina, más allá de las diferentes tácticas transicionales por las que éste pueda pasar.
Ahora bien, Manolo Bargue, habla de que el impulso de la izquierda de “organizaciones clasistas” funciona como especie de “pelotero político”, frente al poder real del peronismo. Más allá de la chicana, lo cierto es que ante las presiones del régimen a la integración de las organizaciones de izquierda en la situación actual es necesaria la mayor claridad respecto a en qué sentido impulsar una corriente clasista en el movimiento obrero, cuál es el enemigo a enfrentar, y qué partido es necesario para hacerlo.
Respecto al balance histórico del clasismo, que abordamos en otro lugar, hemos señalado que una de las mayores debilidades del clasismo de finales de los años ’60 y principios de los ’70 fue la falta de una orientación que combinando unidad y lucha política buscase confluir con los sindicatos combativos liderados por Agustín Tosco para dar batalla por la influencia en la CGT regional. Por otro lado, que si se hubiese propuesto proyectarse a nivel nacional, podría haberse constituido en una vanguardia revolucionaria capaz de confluir con los sectores que iban haciendo una experiencia con el peronismo. Y que al contrario de los que sostienen que había un muro infranqueable entre la vanguardia y las masas peronistas, lo que no hubo fue una política orientada a pelear por influenciarlas de parte de la propia vanguardia.
Estas debilidades son ineludibles a la hora de comprender por qué llegó mal la vanguardia cuando se planteó el enfrentamiento abierto con las fuerzas contrarrevolucionarias del peronismo. El objetivo de la Triple A desde el ’73 fue justamente cortar cualquier lazo existente entre la vanguardia obrera y estudiantil con el movimiento de masas, al tiempo que depuraba al peronismo de su ala radicalizada. Tanto la guerrilla como la tradición clasista (el clasismo cordobés había sido derrotado previamente) eran impotentes frente a esto, no solo militarmente, sino en un sentido más profundo, políticamente. Justamente preparar a la vanguardia para establecer sólidos lazos con las masas para poder pelear por el poder era una de las tareas principales que de un partido revolucionario en aquel entonces.
En este sentido, y contando con ejemplos emblemáticos como Zanon (donde frente a la crisis de 2001 se puso en pie la Coordinadora del Alto Valle, con desocupados, estatales, docentes, etc.), ante los primeros golpes de la crisis internacional en el 2009 con la lucha de Kraft se pudo mostrar “en pequeño” la necesidad y potencialidad de un alianza que conjugue la centralidad de la clase obrera ubicada en las “posiciones estratégicas” de la estructura económica nacional, con los desocupados y el movimiento estudiantil combativo, para enfrentar a la burocracia, la patronal, el gobierno, la embajada yanky y la policía.
Lejos de la ilusión de que con la unidad de la izquierda existente alcanza para ser un polo revolucionario que oriente a masas, la experiencia frente a esos primeros coletazos de la crisis fue desigual. En la industria automotriz de Córdoba que fue uno de los centros del ataque en aquel entonces (y que amenaza con volver a serlo), desde el PTS tenemos el orgullo de haber podido “presentar batalla”, aunque lamentablemente fuimos el único partido de izquierda en la industria automotriz en condiciones de hacerlo. Sin embargo, a pesar de haber dado una gran pelea durante 6 meses contra los despidos de contratados, no habíamos logrado conquistar la fuerza suficiente para enfrentar a la patronal y a la burocracia del SMATA, y la recuperación posterior de la industria sembró el conservadurismo entre los efectivos ampliando la brecha con los contratados. Recién luego de esta lucha se dio la recuperación del Cuerpo de Delegados de VW.
Frente a estos primeros golpes de la crisis planteamos la necesidad de poner en pie un partido de vanguardia de 10 o 15 mil miembros, que se planteé pelear en las organizaciones de masas del movimiento obrero, que se proponga dirigir una fracción significativa de los sindicatos, que sea capaz en su momento de utilizar tácticas como la del Frente Único Obrero con una política de unificación con los sectores no sindicalizados, para disputar la dirección mayoritaria a las direcciones burocráticas, levantando a su vez una política hegemónica hacia el resto del pueblo oprimido. La recuperación económica posterior puso paños fríos a la situación y enlenteció las posibilidades de avanzar en este objetivo, lo cual no quita que los avances que podemos realizar en el marco de la situación actual no los pensemos desde este objetivo estratégico de la etapa.
A su vez, este objetivo no puede representarse en términos abstractos, es necesario articularlo desde el punto de vista de los enemigos concretos a los que vamos a tener que enfrentar. El peronismo mostró abiertamente su verdadero rostro a partir del ’74 transformándose en el gobierno de la Triple A y la burocracia. Si bien han pasado muchas transformaciones desde aquel entonces, hoy, si pretendemos estar a la altura de las circunstancias, tenemos que hacer consciente a la vanguardia que el kirchnerismo no es esencialmente un tributo centroizquierdista al 2001, con “sapos” cada vez más recurrentes, sino que es la cara “formal” del “poder real” de una “máquina de guerra del capital contra el trabajo” (Marx) cuyos pilares son la burocracia sindical, el aparto del PJ, y las fuerzas represivas.
El kirchnerismo y los mecanismos “combinados” o intermedios entre coerción y consenso
Ya hemos señalado en muchas oportunidades, y de hecho el post de Fernando Rosso lo destaca, cómo producto del 2001 el kirchnerismo tuvo que echar mano a una serie de concesiones para contrarrestar los profundos elementos de crisis política que quedaron planteados. Estas concesiones van desde el desarrollo sistemático de las paritarias, hasta la política de DDHH y el discurso “setentista” de NK, entre otras cuestiones sobre las cuales remitimos a nuestras elaboraciones sobre cada aspecto.
En el 2009, frente a los intelectuales K que contraponían el proyecto de “restauración conservadora” del bloque sojero (que llegó a plasmarse en 2010 en la reivindicación de la Argentina oligárquica del centenario) a “la profundización del cambio” encarnada por el gobierno, nosotros resaltamos el carácter restaurador del propio kirchnerismo respecto al 2001.
En aquel entonces decíamos: “De lo que se trata es de una transición. Como muestran los hechos menos coyunturales, ‘la profundización del cambio’ y la ‘restauración conservadora’ son dos términos que tienden a converger”. Esta transición se dilató gracias al rebote de la economía mundial y la recuperación del crecimiento de la economía argentina a partir de 2010, a la cual se sumaron como elementos políticos fundamentales: la derrota de la oposición en el conflicto por las reservas (resuelto mediante un DNU) y luego el renovado prestigio de la figura presidencial de Cristina, tras el fallecimiento de Néstor Kirchner.
De conjunto redundó en la consolidación de lo que denominamos periodísticamente “bonapartismo fiscal” a partir de la nacionalización de los fondos de las AFJP y la utilización de las reservas del BCRA, que permiten mantener hasta la actualidad la AUH, los haberes de 3 millones de jubilados que no contaban con aportes, “fútbol para todos”, etc., al tiempo que el grueso de los fondos se mantienen asignados para subsidios a las patronales, para el pago de la deuda y para lubricar la relación con gobernadores e intendentes.
El triunfo por más del 50% de los votos en las elecciones de agosto, así como su aprovechamiento por parte de Cristina para limar asperezas con la AEA, la Sociedad Rural, con la misma UIA, etc., para atacar a la vanguardia (como contra los trabajadores del Subte o la detención de Sobrero), para relegar a segundo plano a la burocracia moyanista, la misma posibilidad del “plan Boudou”, etc., han reavivado la discusión sobre las características del kirchnerismo y, más precisamente, del “cristinismo”. Para nosotros, el cristinismo representa “la fase superior del kirchnerismo”, es decir, aquella donde comienza a desplegar abiertamente su esencia de “restauración conservadora”.
Algunos intelectuales K han planteado directamente que desde el gobierno se ha forjado una hegemonía kirchnerista, otros lo han hecho más tímidamente. Nosotros, contra esta visión, hemos señalado en repetidas oportunidades el carácter precario de la alianza de intereses que sostiene al kirchnerismo (burocracia sindical, sectores burgueses que no encuentran una alternativa viable, organismos de DDHH, aparato protofascista de los barones de conurbano y gobernadores del interior del país, intelectuales de Carta Abierta, etc.). A su vez, hemos destacado la importancia del ciclo económico favorable (desde el 2008 en el marco de la crisis mundial) como fundamento último del ciclo K.
Ahora bien, si no hay hegemonía K sino una coalición precaria, ¿cuáles son los mecanismos de dominación privilegiados de los que se vale el kirchnerismo?
Fernando Rosso en su post trae una muy buena cita de Gramsci en sus Notas sobre Maquiavelo para la definición del peronismo como “partido de la contención” en su sentido más profundo: “La técnica política moderna ha cambiado por completo luego de 1848, luego de la expansión del parlamentarismo, del régimen de asociación sindical o de partido de la formación de vastas burocracias estatales y ‘privadas’ (político-privadas, de partido y sindicales) y las transformaciones producidas en la organización de la policía en sentido amplio, o sea, no sólo del servicio estatal destinado a la represión de la delincuencia, sino también del conjunto de las fuerzan organizadas del Estado y de los particulares para tutelar el dominio político y económico de las clases dirigentes. En este sentido, partidos ‘políticos’ enteros y otras organizaciones económicas o de otro tipo deben ser considerados organismos de policía política, de carácter preventivo y de investigación”.
Este tipo de elementos son necesarios para no caer en un esquema “binario” entre coerción y conceso entendidos como compartimentos estancos.
a) Por un lado, los mecanismos señalados en la cita anterior, que no son exclusivamente coacción violenta (el papel de policía política “preventiva” de determinados partidos y organizaciones). Junto con las expresiones cotidianas en los lugares de trabajo, pasó a primer plano últimamente con el asesinato de Mariano Ferreyra, y también se expresó en Jujuy en el papel de Milagro Sala frente a las tomas de tierras. Y más recientemente tuvo un nuevo capítulo con el ataque a la familia del delegado Daniel Farella de la línea 60.
b) Por otro, los mecanismos de “corrupción-fraude”: “Entre el consentimiento y la fuerza –decía Gramsci– encontramos la corrupción/fraude (que son característicos de ciertas situaciones en las que es difícil ejercer la función hegemónica y resulta arriesgado el uso de la fuerza). Consisten en procurar la desmoralización y la parálisis del antagonista (o antagonistas) comprando a sus líderes, bien soterradamente, bien, en cado de peligro inminente, abiertamente, con el fin de sembrar el desorden y provocar la confusión en sus filas”. Este es uno de los mecanismos privilegiados que utilizó históricamente el kirchnerismo, que se expresó tanto en relación a las organizaciones del movimiento obrero, de desocupados, como a las de DDHH. En determinados casos, el ejemplo son las Madres de Plaza de Mayo, los mecanismos de “corrupción-fraude” actuaron sobre la base de un proceso de “transformismo” convirtiendo una organización de lucha en apéndice de la política gubernamental, llevándola a niveles máximos de desmoralización, como se expresó en la represión del Indoamericano y luego con el affaire Schocklender.
c) Y por último, como plantea Perry Anderson, las coacciones económicas: “El análisis dualista al que tienden típicamente las notas de Gramsci no permite un tratamiento adecuado de las coacciones económicas que actúan directamente para reforzar el poder de clase burgués: entre otros el miedo al desempleo o al despido que, en ciertas circunstancias históricas, puede producir una ‘mayoría silenciosa’ de ciudadanos obedientes y votantes dóciles entre los explotados. Tales coacciones no implican ni la convicción del consentimiento ni la violencia de la coerción”. Este elemento, que fue clave para entender el repliegue de la clase obrera en durante las jornadas del 2001 y el triunfo de la variante devaluacionista, conserva su vigencia a través de la consolidación de amplios sectores pobres en la clase obrera precarizada y el papel del aparato clientelar del PJ. Y en un sentido más amplio es el fundamento que hace “de masas” el “nunca menos”, pero que a su vez, fomenta la “ilusión” (potencialmente explosiva) de que no es posible retroceder de las condiciones conquistas.
Estos mecanismos fueron fundamentales, frente a la debilidad subjetiva, para el cierre de la crisis orgánica que estalló abiertamente en el 2001, y están en la base de la restauración conservadora, que tuvo su protagonista principal en el kirchnerismo. A su vez, son los que hacen indisociable al kirchnerismo, más allá de su “rostro amable”, del poder real del aparato del PJ y del Estado.
De estos tres elementos, la “corrupción-fraude”, la coacción económica, y el papel de policía política en las organizaciones de masas, es este último el que tenderá (con ritmos más rápidos o más lentos según se desarrolle la situación) a pasar a primera plano a medida que se profundice la preparación de la burguesía y el gobierno para las repercusiones de la crisis mundial, y se desarrollen procesos de lucha de clases en el movimiento obrero, abandonando progresivamente su papel “preventivo”.
Un régimen democrático burgués con elementos bonapartistas
Distanciándonos de cualquier traslación mecánica del concepto de “bonapartismo” elaborado por Marx al análisis de gobiernos y regímenes en países semicoloniales, como por ejemplo, el primer peronismo, hemos retomado la categoría de “bonapartismo sui géneris”, elaborada por Trotsky a partir del análisis del gobierno de Lázaro Cárdenas en México. Referida a gobiernos que maniobran con el proletariado, su fundamento está en sectores de las fuerzas armadas y en la estatización de las organizaciones del movimiento obrero. Apoyándose en la clase obrera para regatear con el imperialismo este tipo de gobiernos son capaces de llegar, incluso, a hacerles concesiones a los trabajadores. El gobierno kirchnerista no puede ser caracterizado de esta forma.
Nosotros utilizamos la fórmula “periodística” de “bonapartismo fiscal” en referencia al gobierno, para dar cuenta de la forma en que éste arbitra directamente en la distribución de recursos del Estado (asistencia estatal, subsidios a la patronal, pago de deuda, reparto de recursos a gobernadores e intendentes, etc.), así como la importancia estratégica de “la caja” para el esquema de gobierno de Cristina. Además hay que señalar que el kirchnerismo arrastró desde sus inicios ciertos rasgos bonapartistas determinados por sus elementos de “gobierno de coalición” en sus múltiples formas (coalición devaluadora con Duhalde; “transversalidad”; alianza con “radicales K” con la cual conservó el gobierno en 2007; y en la actualidad la coalición dentro del peronismo en un arco que va desde Verbitsky hasta Soria)[1].
Ahora bien, en términos conceptuales, estamos ante un régimen democrático burgués con elementos bonapartistas. Cada elemento que ratifica el carácter democrático burgués del régimen se combina con su contrapartida bonapartista. Por ejemplo, no están prohibidas legalmente las acciones de lucha del movimiento obrero, sin embargo, proliferan los ataques a la vanguardia, ya sea directamente en los propios discursos de Cristina, como a través de los jueces ligados al gobierno (hay más de 4000 procesados y Oñate y Acosta están presos por luchar), o de la burocracia. Desde el punto de vista del régimen democrático burgués, estando en minoría, las principales políticas K siguen pasando por el parlamento, sin embargo el parlamento está paralizado para cualquier iniciativa que no cuente con el aval oficial; a su vez, la resolución de los temas claves en disputa se da por decreto (liberación de reservas del BCRA) o veto (82% móvil). Cristina no es capaz aún de desplazar a la burocracia moyanista y sustituirla por su propio José Espejo, pero interviene cada vez más abiertamente en las internas de la burocracia (tanto de la CGT como de la CTA, en la que llegó a imponer directamente a Yasky más allá del resultado “oficial” de las elecciones). Desde el punto de vista del funcionamiento burgués “normal”, a pesar de la existencia de partidos políticos, los interlocutores excluyentes del gobierno son las corporaciones y entidades patronales y los sindicatos (ya sea para la negociación como para el enfrentamiento). A su vez, el gobierno no ha ilegalizado o intervenido a ningún partido político, sin embargo, la reforma política sanciona la injerencia del Estado en la vida interna de los partidos y un piso del 1,5% (que no existe en ningún régimen democrático burgués del mundo) para presentarse a elecciones. Sin pretender realizar una enumeración taxativa, éstos son algunos ejemplos, creemos, que ilustran el carácter del régimen actual.
Esta evolución, que se da en el marco de la profundización de la crisis mundial y la preparación para sus efectos a nivel local, reactualiza la necesidad de profundizar la definición del kirchnerismo poniendo en primer plano las bases del poder real de la coalición gobernante que tiene a Cristina por cabeza visible.
Los centros del “poder organizado” del peronismo
Más allá de concesiones, compromisos y demagogia, el kirchnerismo se basa en el “poder organizado” que constituye al propio peronismo: la burocracia sindical, la burocracia política (barones del conurbano, gobernadores, etc.) y las fuerzas represivas. En los tres casos estos centros del poder real del peronismo son estrechamente dependientes del Estado burgués, desde ya las fuerzas represivas y la burocracia política, pero también la propia burocracia sindical, cuya fortaleza deviene justamente del carácter “estatizado” de los sindicatos. Esta es la gran verdad que ofusca a los intelectuales K.
Las FFAA en la Argentina, a diferencia de otros períodos históricos, no pueden ser base en sí mismas de ningún bonapartismo. A diferencia de Venezuela, de más está decir que no existe un sector nacionalista que sirva de base a un bonapartismo con rasgos más clásicos. A diferencia también de Chile, donde la transición se hizo sobre la base de la constitución pinochetista que garantizó la continuidad del poder de las FFAA, en la Argentina por haber perpetrado un genocidio y por la derrota en la guerra de Malvinas, las FFAA quedaron en una profunda crisis, a pesar de los repetidos intentos de sostenerlas por parte de la UCR y el PJ. Las reformas de Menem terminaron de relegarlas a un papel secundario, separando a su vez nuevas fuerzas especializadas en la represión interna, como la Gendarmería y la Prefectura.
En este sentido, una diferencia estratégica importante con los ’70 es la desaparición del “partido militar” que terminó dando el golpe del ’76. Con este condicionante, de abrirse una situación revolucionaria, los capitalistas tendrán que apelar a una generalización de los métodos fascistoides (triple A) ya que la salida “clásica” del golpe militar tendría pocas posibilidades de imponer “orden” fácilmente y altas posibilidades de transformarse en guerra civil.
Como señalábamos en un artículo de la revista Estrategia Internacional, tanto Gendarmería y Prefectura, como la Policía Federal y las policías provinciales, pasaron a cumplir un papel protagónico en las últimas décadas. En aquel artículo destacamos los elementos de debilidad estructural, no solo de las FFAA, sino también de las fuerzas policiales (federal y provinciales) que de conjunto representan el mayor destacamento armado de Estado burgués (no solo superando ampliamente a la Gendarmería y a la Prefectura, sino también a las FFAA), y señalábamos su profunda deslegitimación frente a la sociedad así como sus elementos de descomposición interna (especialmente en el caso de la Bonaerense).
En aquel entonces lo abordamos, esencialmente, desde el punto de vista del aparato del Estado burgués. Por otro lado, desde el punto de vista de la estructura del “poder organizado” que sostiene al gobierno y al régimen, y particularmente en su entrelazamiento con el PJ, hay que destacar claramente el papel fundamental las fuerzas policiales. Ambos abordajes son complementarios para definir al enemigo que deberá enfrentar un movimiento revolucionario (por lo menos desde el punto de vista local, ya que una revolución en la Argentina es impensable desligada del desarrollo de movimientos revolucionarios en países como Chile o Brasil, o en su defecto de intervenciones militares contrarrevolucionarias, o alguna combinación de ambas). Este aparato de fuerzas policiales, federal, provinciales y hasta municipales, junto con los servicios de inteligencia, es una de las bases del “poder organizado” del peronismo, y se encuentra profundamente entrelazado las otras: aparato del PJ y burocracia sindical.
En un artículo específico hemos discutido contra las diferentes visiones más o menos alegres del clientelismo y el llamado “poder territorial” del PJ, su carácter coactivo y la relevancia para la división de la clase obrera. Son parte de los mecanismos específicos que se ubican entre la coerción abierta y el consenso. Acá queremos destacar el entrelazamiento entre este aparato y la policía, no solo en tanto administración de “negocios” varios, sino en tanto maquinaria de dominación (y potencialmente de guerra del capital contra el trabajo). Uno de sus principales exponentes, desde ya, son los Barones del conurbano, que son los que han garantizado la continuidad del PJ en los momentos más álgidos de la crisis del 2001, luego de haber de haber cumplido un papel en la propia caída de De la Rúa, y que actualmente constituyen Estados dentro del Estado, con su presupuesto, aparato, bandas, etc. que negocian constantemente niveles de autonomía relativa con el gobierno central. En este marco, no es casual que cuando surgió el “grupo de los 8” intendentes opositores en el conurbano, una de sus banderas fuese la instauración policías municipales propias. Pero a su vez, estos son un exponente de la estructura de poder que se expresa también en los gobiernos provinciales (con la mayoría de las provincias gobernadas directamente por el PJ o aliados).
Este entrelazamiento, que se puede constatar cotidianamente, quedó plasmado en los principales enfrentamientos de lo que va del año. En el caso del asesinato de los Qom en Formosa, se vio la actuación conjunta de las bandas privadas de los Celias con la policía provincial bajo la dirección de Insfrán, con el beneplácito de Cristina. Similares características tuvo la represión en Libertador General San Martín, con la actuación del personal armado de los Blaquier junto con la policía provincial y el aparato del PJ. También en el caso del Indoamericano, con la gente de Ritondo (“peronismo macrista”), la policía municipal de Macri y la Federal bajo las órdenes de Aníbal Fernández (declaraciones de Schocklender incluidas).
El tercer pilar del “poder organizado”, la burocracia sindical, con su papel de policía interna “preventiva” dentro del movimiento obrero, que en el marco de su crisis histórica (que ya hemos señalado en repetidas oportunidades) viene mostrando cada vez más en los últimos años en los conflictos obreros el protagonismo de las propias patotas de la burocracia reclutadas, en la mayoría de los casos en las hinchadas de fútbol, para atacar físicamente a los trabajadores. Como decíamos, en la actualidad este papel volvió a pasar a primer plano en el conflicto de la línea 60. A su vez, en el asesinato de Mariano Ferreyra también quedó plasmado el entrelazamiento con la policía, en este caso la Federal, que dejó vía libre para el ataque.
De esta forma, podemos sintetizar la estructura del poder organizado del peronismo que sustenta al gobierno de Cristina como el gobierno de la “Triple B”: de la burocracia sindical, los barones (municipales y provinciales) y la Bonaerense (como exponente máximo del papel de las policías provinciales).
Este tándem, por otro lado, se encuentra atravesado por múltiples contradicciones, donde cada uno “negocia” constantemente cuotas de poder, negocios, y niveles de autonomía relativa entre sí y con el gobierno central, dejando en el ínterin, escándalos y muertos. Como señalamos en otro lugar, frente a estas contradicciones y especialmente respecto a la bonaerense se han delineado dos sectores. Por un lado, el que sostiene la necesidad de mayores poderes para la policía y las fuerzas represivas, negociando niveles de autonomía respecto al Estado. Por otro lado, quienes levantan un discurso de mayor control estatal y “profesionalización”. Este sector lanzó en su momento los diez puntos “por la seguridad democrática”. Sin embargo, ambos proyectos han fracasado históricamente. Tanto los representantes de la “mano dura” como Eduardo Duhalde, o el mismo Daniel Scioli, así como los “reformadores” del estilo León Arslanián (uno de los mentores de la “seguridad democrática”) han terminado absorbidos por las “guerras” internas de la propia bonaerense, y ante cualquier pretensión de “injerencia” en los negocios policiales han sufrido “contraataques” de envergadura.
Luego del Indoamericano y la creación del Ministerio de Seguridad bajo la dirección de Nilda Garré, el kirchnerismo se propuso profundizar una política que ha sido característica de todos sus años gobierno. Por un lado, el desarrollo de la Gendarmería y la Prefectura como fuerzas que le responden directamente ampliando sus atribuciones, profundizando últimamente esta línea con el operativo Cinturón Sur y el operativo Centinela (en otro nivel, se puso en macha el plan Escudo Norte con el ejército bajo el argumento de la lucha contra el narcotráfico). Por otro lado, la provincialización de las policías bajo control directo de los gobiernos locales, cuyo último paso sería el traspaso de la Federal con sus recursos al gobierno porteño (que actualmente parece estar en discusión entre el gobierno y Macri para fines de año). En este sentido, se puso en marcha el avance de la Gendarmería en la CABA en detrimento de la Federal. De conjunto parecen ser toda una serie de medidas más o menos pragmáticas, donde el gobierno nacional quiere desentenderse lo más posible de la responsabilidad directa del accionar de la policía, lo cual es “pan para hoy y hambre para mañana”, ya que subsistirán las mismas contradicciones actuales, sea o no el gobierno central el que se proponga administrarlas.
Como conclusión tenemos que partir de que el peronismo ya ha demostrado históricamente que ante el peligro de revolución, como en el ’74-’76, deja de gobernar bajo la máscara del “poder formal” para dar lugar al gobierno directo de la Triple A y la burocracia (el “poder organizado”). Hoy el peronismo de la “Triple B” no es análogo al de las 3 “A” porque estamos en una situación diferente, sin embargo, nos muestra en perspectiva para qué nos preparamos más allá del discurso de la centroizquierda K. El clima pacifista y conformista actual, no debe hacernos –al decir de Clausewitz– “perder de vista al adversario para que si éste echa mano a la espada del combate no nos veamos obligados a salirle al encuentro con una ceremonia”.
Esto implica no solo tener una visión concreta del peronismo, del aparato del PJ, del efectivo entrelazamiento entre las diferentes partes del “poder organizado” desde un punto de vista estratégico; sino también abordar las consecuencias estratégicas y tácticas que se desprenden de ello, tiene que servirnos como fundamento del “tipo de clasismo” que queremos desarrollar en el movimiento obrero, del tipo de partido que se necesita construir para la revolución.
Breve anexo sobre crisis orgánica y el 2001
Respecto a la discusión específica sobre “crisis orgánica” con Artemio López, Fernando Rosso junto con Juan Dal Maso han respondido en “¿Progresista o Restaurador? Otra vez sobre Gramsci y el kirchnerismo (una respuesta a Artemio López)”. Aquí nos proponemos simplemente retomar algunos elementos sobre el concepto del revolucionario italiano y el por qué de su utilidad para la caracterización de la crisis del 2001 desde nuestro punto de vista.
El concepto de “crisis orgánica” para Gramsci comprende un tipo de crisis donde “en la estructura se han revelado (maduraron) contradicciones incurables” y “que a veces se prolongan por decenas de años” (Gramsci, “Análisis de situaciones. Relaciones de fuerzas”). Con este concepto Gramsci se propone dar cuenta no solo de las crisis en lo económico, sino también en lo político y en lo social, distinguiéndose de las variantes economicistas.
Esta combinación de elementos Gramsci la describe, más bien, en su análisis sobre “la estructura de partidos en los períodos de crisis orgánica” de la siguiente forma: “En cierto momento de su vida histórica, los grupos sociales se separan de sus partidos tradicionales. Esto significa que los partidos tradicionales, con la forma de organización que presentan, con aquellos determinados hombres que los constituyen, representan y dirigen, ya no son reconocidos como expresión propia de sus clase o de una fracción de ella. Cuando estas crisis se manifiestan, la situación inmediata se torna delicada y peligrosa, porque el terreno es propicio para soluciones de fuerza, para la actividad de potencias oscuras, representadas por hombres providenciales o carismáticos. […] En cada país, el proceso es diferente aunque el contenido sea el mismo. Y el contenido es la crisis de hegemonía de la clase dirigente que ocurre ya sea porque dicha clase fracasó en alguna gran empresa política para la cual demandó o impuso por la fuerza el consenso de las grandes masas (la guerra por ejemplo) o bien porque vastas masas […] pasaron de golpe de la pasividad política a una cierta actividad y plantearon reivindicaciones que en su caótico conjunto constituyen una revolución. Se habla de ‘crisis de autoridad’ y esto es justamente la crisis de hegemonía o crisis del Estado en su conjunto” (Gramsci, Notas sobre Maquiavelo).
Otra cuestión que hay que remarcar es que las categorías de Gramsci no fueron pensadas para países semicoloniales[2]. El concepto de “crisis orgánica”, si la tomamos mecánicamente de la definición elaborada por Gramsci, aplicada a los países semicoloniales se superpone con varias de las características que definen a estos países. El contraste que señala Gramsci entre representantes y representados, donde los mecanismos electorales de la democracia parlamentaria retroceden en favor del peso de “la burocracia (civil y militar)” o las “altas finanzas” (capital financiero), en los Estados semicoloniales viene dado por la debilidad propia del Estado y la burguesía local, donde como explicaba Trotsky, el imperialismo y la clase obrera se constituyen en las clases fundamentales.
Teniendo en cuenta todos los elementos que señalamos antes es que le asignamos un significado más restringido, para el análisis de situaciones específicas como la que se vivió durante los años finales del ciclo de la convertibilidad y estalló en el 2001. En aquel entonces señalábamos que el fracaso histórico de una gran empresa burguesa (convertibilidad), y la división de las clases dominantes, se combinaba con la escisión cada vez más amplia de las masas respecto al régimen, no solo los desocupados, y los sucesivos paros generales (aunque no confluyeron con las jornadas del 20-12), sino de las propias clases medias que terminaron movilizándose contra su gobierno (Alianza). A su vez, esta “crisis orgánica” se combinó con una situación pre-revolucionaria (u objetivamente revolucionaria), en el sentido clásico de Lenin.
Sin embargo, esta situación no se profundizó con enfrentamientos superiores entre las clases fundamentales que, siguiendo con las categorías de Lenin, provocasen una verdadera “crisis revolucionaria” que planteara cambios superiores en las relaciones de fuerza entre las clases (ya sea para un lado o para el otro) producto de enfrentamientos más agudos, sino que, luego de la imposición de la salida devaluadora (frente a los dolarizadores), el adelantamiento de las elecciones, la generalización de los planes sociales, etc., fue el repunte de la economía internacional lo que dio la base para una serie de cambios moleculares que permitieron reconducir la situación desde el punto de vista de la hegemonía burguesa (que la política salga de las calles), y avanzar en la cooptación de los organizamos de DDHH, de sectores del movimiento de desocupados, y de la intelectualidad.
Aquí llegamos a otro aspecto importante a destacar del pensamiento del revolucionario italiano. Este segundo tipo de desarrollo a partir de una “crisis orgánica”, donde la burguesía logra reconducir la situación en forma evolutiva, es justamente el que más pormenorizadamente se encuentra analizado en Gramsci (y menos en las elaboraciones de la III Internacional y de Trotsky). De aquí su utilidad para el análisis del período iniciado en el 2002-3, y del desarrollo del propio kirchnerismo.
[1] Tampoco es, aunque puede serlo en el futuro, un gobierno “kerenskysta” o “bonapartismo débil” ya que no está jaqueado por la movilización independiente de las masas y las fuerzas contrarrevolucionarias.
[2] A su vez, es sumamente problemática la asimilación que intentaron hacer algunos gramscianos argentinos, como Portantiero, entre Estados semicoloniales y “Estados periféricos”, concepto con el que Gramsci hacía referencia a países imperialistas de segundo orden (ni “Oriente” ni “Occidente” puro) como Italia, España, o Portugal, lo cual plantea un enorme problema a la hora de las analogías.
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Che, 200 páginas de sarasa para que nadie te ponga un comentario… No es justo, aquí te dejo el mío 🙂
Para el 23, ya están cabeza a cabeza con los votos impugnados 🙂 ¡Condenados al éxito!
Che, no seas exagerado, si querés realmente 200 páginas de sarasa de la buena (más precisamente 296) te paso un link:
http://articulo.mercadolibre.com.ar/MLA-126406037-el-litigio-por-la-democracia-ricardo-forster-_JM
salutte
Matias, muy buenas las notas, muchos elementos, enriquecen. Comentario critic: dicen que el K no es bonapartista, sino bonapartismo fiscal o regimen democratico burgues con elementos bonapartistas. No es bonapartista sui generis (Trotski), escribis, porque no se apoya en el proletariado para mantener autonomia del imperialismo. Pero no incluyen entre los elementos hegemonicos (no habria hegemonia para ustedes) las concesiones materiales al proletariado, aunque por otro lado se afirman ciertas concesiones para salir de la crisis organica del 2001. Cierto que el poder real represivo se expresa en esta «triple B», ocurrente formula. Pero el papel de policia se sostiene por la combinación de otros mecanismos no puramente represivos. De otro modo la rebelión popular desactiva la represión, como se muestra historicamente (por ej, cuando el gobierno quiso detener a De Angelis, movilizaciones, para nosotros reacciones, se lo impidieron). Me parece que hay integrar esto con las nociones de «conservadurismo» que han vertido en los debates de la Asamblea de intelectuales, entre otros ambitos.
Hay mucho para debatir de la nota. Un saludo fraternal, Agustin
Hola Agustín, gracias por tu comentario. Para seguirla, van esquemáticamente algunas cosas. Nosotros analizamos constantemente los elementos consensuales (así como los límites: “doble discurso”) no solo de los que se utilizaron para recomponer pos-2001, sino también los que se usaron para recomponer pos-2009 (medidas como la AUH, las jubilaciones nuevas, matrimonio igualitario, etc.), en el artículo remití al libro de Chipi para no redundar. Es claro que medidas como la AUH explican en gran parte, por ejemplo, que De Narvaez haya pasado de ganarle a Néstor, Scioli, y Massa juntos a quedar a 30 puntos de Scioli.
La discusión para mí está en cómo se combinan los elementos consensuales con los coercitivos (y los “combinados” o “intermedios” que también los hay, y en este caso son muy relevantes) en cada momento particular. Por ejemplo, en el movimiento obrero (papel de la burocracia), respecto a los organismos de DDHH, el papel de la “coacción económica”, etc. El conservadurismo nosotros también lo venimos señalando como elemento muy importante, no como “explícalo todo” desde ya (también está en el artículo su aspecto potencialmente explosivo en el marco de la crisis y la imposibilidad de cumplir con el “nunca menos” cuando golpee con más fuerza).
El gobierno se fortaleció después del aluvión de votos, esto es claro, pero decir que hay hegemonía kirchnerista me parece una exageración, no da cuenta de que ni el aparato del PJ, ni la burocracia, ni el conjunto de la burguesía (ahora alineada) son “cristinistas” por convicción ni mucho menos, ni de que el voto a cristina no expresa un represtigio a sus agentes en el MO, ni que el voto más en general a cristina se combinó alternativamente con el voto a Macri, a Soria, a Menem, etc., y la importancia que tiene en todo esto el desempeño catastrófico de la oposición. Me parece más precisa una definición que señale los elementos de “gobierno de coalición” (que en el artículo ligamos también a los rasgos bonapartistas). Esto es importante porque el horizonte es la crisis y tenemos que tener claro que todo esto va a crujir por todos lados.
Yendo a lo más general, como decía Anderson en su trabajo sobre Gramsci, en los regímenes democrático burgueses, los elementos consensuales pueden ser preponderantes (en el caso de la Argentina K, lo que está planteado en el artículo es que los mecanismos “combinados” están también entre los preponderantes) pero lo fundamental (lo que está en la base y le sirve de sustento) es la coerción aunque esta no se exprese en represión abierta en un momento determinado. Pero cuando “las papas queman” lo fundamental pasa a ser también preponderante. Esta es la clave de lo que motiva el artículo y el análisis de la “triple B”, me queda la duda si coincidimos acá por lo que decís que la rebelión popular desactiva la represión. Esto no quita (y es muy importante para no caer en una visión unilateral) que las ilusiones en la democracia burguesa no sigan jugando un rol fundamental, aún en situaciones revolucionarias, y puedan ser el sustento de variantes frentepopulistas (lo digo también porque cité a Anderson y justamente él no problematiza esta última cuestión).
Bueno, ya me extendí mucho.
te mando un abrazo. Matías
Hola Matias: Otra vez hay que decir que los materiales que escribis y escriben merecen la mayor atención, cosa que trato de hacer. Sigo viendo que lo «consensual» siempre es tenido en ultimo lugar. Estoy escribiendo de «memoria», sino el dialogo tardaría mucho mas. Pero sostienen: en 2001 hubo crisis hegemonica, y ahora no hay hegemonia, esto es, que no se cerró en rigor, ya que hay una «coalición provisoria» de la que depende el gobierno, y que en ello las formas represivas ocupan un lugar importante en la dominación K-apitalista. ¿No hay hegemonia porque no se cerro la crisis hegemonica de 2001? Saltando de item, la relación represión-resistencia o rebelión no es directa, tenes razon. Pero apunto que la represión puede ser apoyada por sectores de masas incluso proletarios, por ej, a los docentes de Santa Cruz en ciudad de Buenos Aires. Afortunamente, ni mucho menos, esto sucede siempre. En 2001 la represión de De La Rua fue completamente inefectiva. Precisamente habia alli una crisis de la hegemonia capitalista en forma menemista. Pero ahora no creo que la haya en su forma K. Reviso tu respuesta para retomar lo que decis, sin cerrar la conversación claro. Es cierto ¿que pasa cuando la papas queman? En 1976 la burguesia lanzo el aniquilamiento militar, incluso habia empezado antes con la Triple. ¿Pero se repite el proceso con la Triple B? ¿Fue mediante la represión que los K resolvieron la crisis de 2008? DE todos modos no dudo del enfoque general puesto por Anderson, grosso modo. En su crisis hegemonica la burguesia hace uso de la represión mas feroz, del fascismo y de la guerra contra la clase trabajadora. Los analisis deben preparar a la vanguardia revolucionaria para actuar en diferentes situaciones, como decia Lenin en El izquierdismo, previendo los zig zags, atendiendo a las formas cambiantes de las relaciones de fuerzas.
Un abrazo, Agustin
Agustín, está interesante el debate, va otra vuelta. Primero una aclaración, no creo que lo más fructífero sea asimilar los conceptos de “crisis orgánica” y “crisis de hegemonía”. Si mi memoria no me falla, en este punto estoy más cerca de Portelli que de Buci-Glucksman. Creo que es útil establecer una distinción entre ambos conceptos para pensar la “crisis orgánica” como producto de la combinación entre crisis económica y “crisis de hegemonía” afectando al conjunto de las relaciones sociales y condensando las contradicciones inherentes a la estructura social. Esta distinción permite pensar ciertos elementos de crisis en lo que hace a la hegemonía de la burguesía como clase dominante más allá de la existencia o no de una “crisis orgánica”. Para nosotros en el 2001 había una “crisis orgánica” que se cerró con la estabilización del kirchnerismo (2006-2007), este cierre no por ello significó revertir todos los elementos de la crisis de hegemonía, entre los principales: no se recompuso un sistema de partidos mínimamente coherente (elemento clave para la recomposición del régimen).
Sobre la represión, creo que la comparación entre los docentes de santa cruz y la del 2001 no es el mejor ejemplo de lo que querés decir. En esta última hubo más de 30 muertos, si Cristina llega a asesinar 30 personas en la plaza de mayo intuyo que no dura ni dos minutos, o si dura sería a costa de más muertos y lo haría a costa de romper con todo el sector de los “progres” o “semiprogres” K (y más), a pura “triple B” podríamos decir. No creo que pienses que Cristina podría hacer esto sin sufrir las consecuencias. Con esta comparación desde ya estamos en el terreno de las especulaciones, en el 2001 había una situación pre-revolucionaria hoy no, esto los hace dos escenarios muy diferentes.
Me queda la duda de si vos comparás el 2001 con el 2008 porque para mí no tienen nada que ver ni en cuanto a la profundidad de los procesos, ni como fenómenos políticos. Justamente lo que demostró el 2008 es que los K tienen guante de seda con la patronal y la derecha sojera, mientras que a la vanguardia obrera también en el marco de los golpes de la crisis mundial (2009-Kraft) de la mano de la embajada de EEUU le mandaron a la bonaerense. Ni hablar después “sin crisis” en el Indoamericano, Ledesma, etc., ¿qué podemos esperar si es “con crisis”?
Por tu pregunta sobre si fue mediante la represión que los K resolvieron la crisis de 2008-2009, en el propio artículo intento responder con lo siguiente: “gracias al rebote de la economía mundial y la recuperación del crecimiento de la economía argentina a partir de 2010, a la cual se sumaron como elementos políticos fundamentales: la derrota de la oposición en el conflicto por las reservas (resuelto mediante un DNU) y luego el renovado prestigio de la figura presidencial de Cristina, tras el fallecimiento de Néstor Kirchner. De conjunto redundó en la consolidación de lo que denominamos periodísticamente “bonapartismo fiscal” a partir de la nacionalización de los fondos de las AFJP y la utilización de las reservas del BCRA, que permiten mantener hasta la actualidad la AUH, los haberes de 3 millones de jubilados que no contaban con aportes, “fútbol para todos”, etc., al tiempo que el grueso de los fondos se mantienen asignados para subsidios a las patronales, para el pago de la deuda y para lubricar la relación con gobernadores e intendentes.”
Sobre la otra pregunta: “en 1976 la burguesía lanzo el aniquilamiento militar, incluso había empezado antes con la Triple. ¿Pero se repite el proceso con la Triple B?” En el artículo lo que está planteado es que “Hoy el peronismo de la “Triple B” no es análogo al de las 3 “A” porque estamos en una situación diferente, sin embargo, nos muestra en perspectiva para qué nos preparamos más allá del discurso de la centroizquierda K.”
Como vos decís, los análisis deben preparar a la vanguardia revolucionaria para actuar en diferentes situaciones, previendo los zig zags, atendiendo a las formas cambiantes de las relaciones de fuerzas. Por eso es fundamental tener claridad desde hoy sobre cuáles son los centros del poder real a los que va a tener que enfrentarse la vanguardia. No es solo una cuestión de caracterización, es de estrategia. No hay para nosotros una etapa previa donde la clase obrera pueda conquistar la hegemonía antes de la revolución. En nuestra estrategia, no hay revolución sin hegemonía por eso es “soviética” (ser consecuentes con esto es algo por lo cual intentamos que se distinga nuestra práctica como corriente, también en sus expresiones cotidianas), pero tampoco hay hegemonía sin revolución, porque la clase obrera no puede conquistar tal hegemonía antes que la revolución expropie al capital y tome el poder del estado, de lo contrario volveríamos a ilusiones (y a una interpretación de Gramsci) que hicieron estragos a lo largo de todo el siglo XX. Bueno otra vez me extendí, qué le vamos a hacer… te mando un abrazo,
Matías
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