Trotsky: verdad y ficción (Paul Le Blanc)
Paul Le Blanc es profesor de Historia en la Universidad La Roche, en Pittsburgh, y autor de numerosos libros, incluyendo De Marx a Gramsci (Humanity Books, 1996), Lenin y el partido revolucionario (Humanities Press, 1993) y el editor de Lenin: revolución, democracia, socialismo (Pluto Press, 2008). Este artículo fue presentado en el panel “El momento de Trotsky” de la conferencia nacional de la Asociación Americana para la Promoción de los Estudios Eslavos celebrada en Los Ángeles del 18 al 21 de noviembre de 2010.
Traducción: Valeria Foglia.
Para millones de personas en todo el mundo, León Trotsky fue inicialmente visto como un libertador revolucionario. Bertrand Patenaude, uno de los más cuidadosos críticos entre sus recientes biógrafos, señala que Trotsky -conquistando a “grandes multitudes de obreros, soldados y marineros con su fascinante oratoria” en 1917- “probó ser el más importante aliado de Lenin cuando los bolcheviques tomaron el poder por asalto en la Revolución de Octubre”. El propio Trotsky, en su Historia de la Revolución rusa, puso énfasis en las multitudes. “La historia de una revolución es para nosotros ante todo la historia de la irrupción violenta de las masas en el gobierno de sus propios destinos”[i].
Es difícil, no obstante, no fijar la vista en el hombre. En su simple, breve y notable biografía gráfica, Trotsky, una biografía gráfica, Rick Geary sintetiza parte de la historia en los primeros cuatro cuadros:
En 1917, León Trotsky irrumpió en la escena internacional como el cerebro detrás de la Revolución rusa. Presidió la completa transformación de su país, no meramente un cambio de gobierno sino una reestructuración total de la sociedad en todos los niveles. Para muchos, él era el heroico San Jorge matando al dragón de la represión capitalista. Para otros, él era el despiadado y satánico proveedor de una sangrienta rebelión, el frío y distante teórico vuelto loco con el poder. En verdad, él no se ajustaba a ninguna de estas imágenes. Era un escritor, un pensador, un constructor de la nación (aunque reacio) con profundas raíces en el corazón agrícola de Rusia. El sueño de Trotsky era un mundo libre de injusticia, desigualdad y guerra, y en esto tenía absoluta determinación. Para él, las ideas de Karl Marx mostraron el camino, y por un momento breve puso la maquinaria a andar para lograr ese fin…Trotsky vivió para ver su obra traicionada y sus ideales pervertidos por aquellos que tomaron el poder después de él. Sería expulsado del Gobierno que ayudó a establecer y perseguido hasta el exilio y la muerte[ii].
En los últimos diez años han aparecido cuatro novelas de habla inglesa sobre Trotsky, convergiendo con la aparición, también en inglés, de cuatro estudios académicos. Estos invitan a una consideración acerca de las diferentes formas de la “verdad” (y de la no verdad).
Cada una de las novelas trata sobre el exilio mexicano de Trotsky entre 1937 y 1940. El fantasma de León Trotsky representa a un pequeño grupo de envejecidos trotskistas norteamericanos (creación ficticia inspirada por la amistad de la autora con un viejo trotskista norteamericano). La autora Lois Young-Tulin escribe: “Trotsky y Stalin fueron protagonistas en un conflicto que continuó por décadas. Stalin era el salvaje y maquinal manipulador; Trotsky, a pesar de su crueldad, creía en la dignidad humana. Stalin, con la mediación del asesino, ganó la batalla de gangsters, pero las ideas de Trotsky y su fe en la ‘revolución permanente’ continuaron vivas”[iii].
En su amplia y lograda obra, En la Casa Azul (en referencia a la Casa Azul de Frida Kahlo, en la que Trotsky vivió por un tiempo), Meaghant Delahunt coloca el mismo pensamiento -esta vez en la propia mente de Trotsky-, más sucintamente: “Soy lo que mi enemigo no es”[iv].
La laguna, de Barbara Kingsolver, se centra en un joven ficticio, Harrison Shepherd, quien sin darse cuenta se encuentra formando parte del hogar mexicano de Trotsky, luego de ser durante un tiempo asistente de los artistas Diego Rivera y Frida Kahlo.
Lo que Trotsky representa para Kingsolver es comunicado en una conversación entre este y el héroe de ficción:
“Diego me dijo que usted estaba destinado a suceder a Lenin. Era su segundo en el mando, con el apoyo popular. Usted habría llevado a la revolución hacia una república soviética democrática”.
“Así es”.
“Entonces, ¿por qué Stalin llega al poder en lugar de usted?”[v].
Una pregunta a la que Kingsolver -debido a su habilidad como novelista- otorga las respuestas adecuadas en relación al flujo de su creación artística, pero que dan poca atención a las complejidades históricas.
En ciertos aspectos, los comentarios más incisivos son de una novelista amateur, Lillian Pollak, una anciana veterana del movimiento trotskista norteamericano que en realidad conoció a Trotsky durante su exilio mexicano. En el penúltimo capítulo de su buena novela, El sueño más dulce, la heroína está marchando en la procesión del funeral de Trotsky con una gran multitud de trabajadores mexicanos. Escribe:
Estas personas conocen a Trotsky aunque no se hayan encontrado con él. Conocen su historia, porque el pasado de México está lleno de mártires revolucionarios. Trotsky es el valiente revolucionario que peleó por los desposeídos, los oprimidos. Lo conocen como hombre de gustos simples que recogía cactus en el campo y cuidaba conejos en su jardín. Han oído que fue un famoso líder mundial, un gran orador, un buen escritor, que peleó por la verdad y la humanidad con su pluma y saben que aunque haya cometido errores durante su vida jamás se desvió en su pelea por la verdad, por la humanidad, por el socialismo y que por eso fue asesinado[vi].
Todo esto contrasta con las obras históricas sobre Trotsky publicadas en el mismo período (2000-2010) por Robert Service, Ian Thatcher y Geoffrey Swain (cada volumen titulado Trotsky). En sus estudios Trotsky aparece como engreído, desagradable, más equivocado que en lo cierto, incluso un ejemplo de asesinato y autoritarismo (la excepción parcial a este coro de negatividad académica es el estudio de Bertrand Patenaude, Trotsky, caída de un revolucionario, que también se centra en el exilio mexicano y -por su buena investigación- se lee como una novela).
La imagen negativa de Trotsky está basada más o menos en el período 1918-1921, cuando una idealista Revolución rusa dirigida por Lenin y Trotsky abrió camino a una brutal guerra civil y este último era el infatigable organizador y jefe del nuevo Ejército Rojo de la República soviética. Para Robert Service, el rol de Trotsky como despiadado jefe del Ejército Rojo revela la pezuña hundida bajo las ropas rojas del mesías revolucionario. “Las tempranas ideas de Trotsky sobre la autoliberación ‘proletaria’ eran como monedas viejas que se le habían caído sin darse cuenta de sus bolsillos”, nos dice Service, agregando que la “codicia por la dictadura y el terror” de Trotsky rivalizaba con la de Stalin[vii].
Los críticos a menudo ven el sucumbir de Trotsky a la tentación leninista (el partido de vanguardia) como la fuente de la corrupción totalitaria. El partido leninista descrito por Ian Thatcher está caracterizado por “estricta centralización y disciplina de hierro”, empeñado en “proveer a los trabajadores de una dirección teórica y organizativa”, no “reaccionar ante los acontecimientos, sino moldearlos cuidadosamente a través de una cuidadosamente planeada conspiración”, un esquema en el que “ninguna desviación de la línea del líder debe ser tolerada” (desafortunadamente, lectores desinformados no pueden saber que, de hecho, las dos obras de Lenin citadas por Thatcher para sostener esta descripción de “leninismo” –¿Qué hacer? y La enfermedad infantil del izquierdismo en el comunismo- dicen esencialmente lo opuesto a lo que él les atribuye)[viii].
¿Cómo puede uno armonizar el Trotsky heroico retratado por las novelistas con el Trotsky despiadado de la Guerra Civil? Quizás Isaac Deutscher hizo el esfuerzo más serio. En su biografía de Trotsky enfatizó la creciente escisión luego de la Revolución de 1917 entre “el poder y el sueño”, y la profundización de la contradicción sentida por los bolcheviques, que crearon una máquina de poder para hacer del sueño una realidad. “Ellos no podían prescindir del poder si iban a luchar por el cumplimiento de sus ideales, pero ahora su poder llegó a oprimir y ensombrecer sus ideales”, escribió Deutscher, agregando: “Nadie en 1920-21 había ido más lejos que Trotsky al exigir que todo interés y aspiración debería estar completamente subordinado a la ‘dictadura de hierro’. Sin embargo, él fue el primero de los jefes bolcheviques que se volvió en contra de la máquina de esa dictadura cuando esta comenzó a devorar el sueño”[ix].
El uno y lo múltiple
El peligro de los admiradores deslizándose hacia la deificación es sugerido en la obra de quizás la mejor de las novelistas. En cierto momento, cuando Trotsky anima a Harrison Shepherd a escribir novelas, el joven (en realidad, Kingsolver) señala: “Su halo de cabello blanco estaba iluminado desde atrás por las llamas azules de la lámpara de afuera”[x].
Sin embargo, un enfoque en el imponente individuo -separado del movimiento obrero y la lucha de clases- puede fácilmente hacer al héroe parecer un Don Quijote engañado: ridículo o incluso despreciable. Esto es evidente en el Trotsky de Ian Thatcher. Se burla de Trotsky por verse a sí mismo como un regalo de Dios a la humanidad, una idea que Thatcher repite hasta el hartazgo con indocumentadas afirmaciones. Burlándose del autorretrato de Trotsky en sus memorias de 1930, Mi vida, se mofa diciendo: “Sobre todo, Trotsky quiso probar que el mejor de todos los leninistas era el mismo Trotsky. No extraña, entonces, que Lenin sea presentado ante todo como girando a Trotsky como caja de resonancia para las ideas…No sorprende, entonces, que todos los mejores elementos del Partido Bolchevique se reunieran alrededor de Trotsky queriendo servir en los Ministerios que él encabezaba”.
Según Thatcher, este megalómano quería ser mandamás cuando todos los marxistas rusos adhirieron a la red global de los partidos socialistas previos a 1914, la II Internacional, pero (en palabras de Thatcher): “Trotsky no fue capaz de maniobrar a una posición dominante para él como único vocero de la socialdemocracia rusa en la Internacional”. Thatcher nos dice que en sus desacuerdos [los de Trotsky. NdT] con Lenin acerca de la firma del Tratado de Brest-Litovsk en 1918, “Trotsky perdió su bravura…Era claramente incapaz de reclamar para sí el traje de líder de los bolcheviques, especialmente si estaba desafiando a Lenin”. La sed de poder de Trotsky debió ser frustrada por sus camaradas en 1923 con (otra vez en palabras de Thatcher) “la negativa del Comité Central a concederle poderes dictatoriales”. Al ser atacado (bajo la consigna “leninismo o trotskismo”) por una alianza de bolcheviques a comienzos de los ’20, previsiblemente Trotsky “afirmó que ‘no había mejor bolchevique que él’”, sostiene Thatcher, dejando de mencionar que esta era una cita bien conocida del ya fallecido Lenin[xi].
“Trotsky puede haber afirmado que estaba por restaurar los derechos [democráticos] del Partido”, reflexiona Thatcher, “pero esto hubiera chocado con su obvia y sinceramente sostenida creencia de que la verdad estaba de su lado y sólo de su lado…Fue esta creencia la que, a su vez, lo llevó a la convicción de que el Partido no podía prescindir de él”.
Incluso cuando fue expulsado de la URSS, Trotsky estaba “convencido de que los trabajadores del mundo estaban más urgidos de su liderazgo que nunca”. Al llamar a los comunistas alemanes a que formaran un frente único con los socialistas para frenar el ascenso de Hitler, Trotsky simplemente estaba haciendo gala de su egocentrismo. “En el cumplimiento de estas tareas, [los comunistas alemanes del] PCA no podían tener mejor guía”, bufa Thatcher, “que el propio Trotsky”. Desde el punto de vista de Thatcher, incluso al trabajar incansablemente para organizar una alternativa comunista revolucionaria al estalinismo Trotsky estaba esencialmente preocupado por el desarrollo de sus planes de dominación: “Convencido de que estaba armado de una política correcta, Trotsky estaba seguro de que el futuro le pertenecía”[xii]. En comparación con este disco rayado con notas al pie, los imaginativos esfuerzos de las novelistas parecen más perspicaces.
Trotsky, como individuo, no puede ser entendido magnificando su individualismo. Fue una íntima conexión con el movimiento de las masas trabajadoras lo que le dio significado a la vida de Trotsky. Esto atraviesa de mejor manera la buena novela de la vieja activista Lillian Pollak. Era esencial para su propio ser el compromiso con el desarrollo de un partido revolucionario de la clase trabajadora. Así, Meaghan Delahunt va al interior de la mente de la compañera de Trotsky, Natalia Sedova, quien reflexiona: “Cuando el Partido lo rechazó, no tuvo otra alternativa que crear algo nuevo. Un nuevo partido internacional: la IV Internacional. Para desafiar a Stalin desde afuera. Y la gente a menudo preguntaba por qué desperdiciaba su energía en este pequeño grupo, ineficaz, acosado por divisiones desde el principio. Y mi única respuesta, la respuesta que siempre daba era: ‘El era un revolucionario. No conocía otro camino’”[xiii].
Licencia artística y contorsión académica
Artistas y académicos son diferentes en muchas e importantes formas. Si un novelista entiende incorrectamente ciertos hechos, la novela, como obra literaria, no se ve afectada, así como las piezas históricas de William Shakespeare permanecen entre las mayores creaciones artísticas de la humanidad pese al hecho de que son notoriamente inexactas.
Más allá de esto, los artistas necesariamente distorsionan la realidad histórica a los fines de crear una visión artística e ideas capaces de transmitir una cierta comprensión de la vida. Debido a que la autora Lois Young-Tulin quita a todos los reales e históricos trotskistas norteamericanos que custodiaban a Trotsky en México, reemplazándolos con personajes ficticios, es capaz de explorar aspectos de la condición humana que de otra manera no hubieran encontrado lugar en su novela. Kingsolver hace de su joven héroe un cocinero en el hogar de Trotsky, elaborando deliciosas comidas. La realidad histórica se indica como sigue en el cuidadoso estudio de Bertrand Patenaude: “El almuerzo se servía un plato por vez, empezando con sopa, seguida de papas, vegetales, un plato de carne, ensalada y luego la inevitable manzana en compota. A veces había pescado fresco de Acapulco…El menú suena inobjetable, pero el personal sin excepción calificó la comida en una escala que va desde insípida a desagradable. Los recién llegados rápidamente aprendieron que era mejor dejar limpio el propio plato, no sea cosa que los sentimientos del Viejo y de Natalia fueran heridos o sus consultas significaran una visita al doctor”[xiv]. Una novela diferente podría hacer un maravilloso uso creativo de este detalle culinario, pero fue más útil al propósito particular de Kingsolver el ejercicio que comúnmente se llama “licencia artística”.
Los historiadores habitan un universo diferente. Inexactitudes documentables y distorsiones conscientes definitivamente “no están OK”. El hecho de que la biografía de Robert Service sobre Trotsky esté llena de múltiples inexactitudes la mina seriamente como trabajo académico. Su frecuente editorialización anti-Trotsky, basada en la afirmación en lugar de la documentación, opera en contra de su credibilidad como estudio serio. El hecho de que introduzca distorsiones a los documentos históricos a los fines de desarrollar un plan ideológico lo desacredita[xv].
Opacada por la muy publicitada biografía de Service ha sido el Trotsky, caída de un revolucionario, de Patenaude. Como Service, Patenaude ha sido miembro de la Institución Hoover, reconocida por una agenda conservadora y anticomunista, la antítesis de todo lo que Trotsky representaba. Pero, junto con un estilo vibrante que se compara favorablemente con las novelas que hemos analizado, es un mucho más cuidadoso trabajo de reconstrucción histórica. Ciertamente no es el volumen al que uno debe dirigirse si quiere comprender la política de Trotsky. Castiga a este como “el hombre que ayudó a crear el primer Estado totalitario, el cual incluso ahora [es decir, a finales de la década del ‘30] defendió como el país más avanzado del mundo”. Esto ignora lo que Trotsky en realidad dijo en La revolución traicionada, sin mencionar su prolongada lucha por reemplazar la dictadura burocrática con la democracia de los trabajadores en la URSS. Esto es, después de todo, lo que explica por qué estaba viviendo en México en lugar de Moscú. Estas crudezas son piadosamente poco frecuentes en Trotsky, caída de un revolucionario. A Trotsky y sus camaradas generalmente se les permite expresar su opinión, aunque sean desilusionados extrotskistas neoconservadores los que tengan la última palabra[xvi].
El universo de la academia, naturalmente, no es el mismo que el del arte, pero es también bastante diferente del de la política revolucionaria. El propio Ian Thatcher señala que “Trotsky no estaba…motivado a escribir la Historia de la Revolución rusa como libro de texto para uso escolar…Era un manual de procedimientos acerca de cómo hacer una revolución”[xvii]. El volumen de Thatcher definitivamente está destinado a ser un libro de texto para uso escolar. El autor no está orientado hacia la generación de revolucionarios profesionales sino de historiadores profesionales. A partir de una típica “revisión de la literatura” va a proporcionar un estudio académico sobre el sujeto, en una sección tras otra del libro exponiendo lo que su sujeto de estudio dijo e hizo en un período tras otro, proporcionando en cada sección una mirada “crítica” acerca de los estudios de variados y diversos académicos. Como suele ser el caso de muchos historiadores profesionales que escriben para los “no especialistas”, las afirmaciones contundentes son hechas sobre la base de dichas reseñas críticas, pero es imposible para el lector promedio localizar y evaluar todos los artículos que presumiblemente “plantean cuestiones” acerca de la validez de las ideas de Trotsky y de las interpretaciones tradicionales de su rol. Ciertas notas al pie de Thatcher, Service e incluso Swain no resisten demasiado escrutinio, pero un lector desprevenido no tiene manera de saber esto[xviii].
No es simplemente una tendencia política lo que cuenta para estos problemas. Entre estudiosos profesionales hay una dinámica “natural” que a menudo entra en juego y distorsiona los estudios serios. En la academia, como cualquier estudiante de posgrado pronto descubre, una crítica negativa de otros es un método mediante el cual uno le da expresión a su propio ser académico. Las carreras pueden desarrollarse con una distintivamente “original” interpretación, en un terreno plagado de críticas y contracríticas “vanguardistas” del ayer. “Ian D. Thatcher pinta un nuevo cuadro de la posición de Trotsky en Rusia y en el mundo”, puede leerse en la descripción promocional de la parte posterior de su libro. “Mitos clave acerca de la obra heroica de Trotsky…son puestos en cuestión”. La contratapa del libro de Swain cuenta una historia similar: “Esta biografía ofrece una nueva interpretación de la carrera de Trotsky”. Otro estudioso es citado: “Él no les da ningún consuelo a los románticos que tienen una visión sentimental de Trotsky como una alternativa más moderada a Stalin”. La descripción en la sobrecubierta del libro de Service anuncia: “Service ofrece nuevas perspectivas sobre Trotsky”, y promete: “Este esclarecedor retrato acerca del hombre y su legado pone las cosas en su lugar”.
Mentiras y verdad
Swain, Thatcher y Service no están de acuerdo en todo (y el trabajo de Swain me parece el más importante de los tres). Sin embargo, están unidos en la empresa de reducir a Trotsky de tamaño. Lenin y Trotsky tenían visiones enteramente diferentes de la insurrección de 1917, nos dicen, y Trotsky estuvo sin duda lo más cercano que pudo a Lenin luego de la revolución, como a él le gusta mantener. Es más, Trotsky, lejos de ser un internacionalista, creía firmemente en la posibilidad de construir el socialismo en un solo país, tal como lo hizo Stalin. Las “innovadoras” interpretaciones que los tres autores enfatizan van en contra de aquello en lo que el propio Trotsky insiste en su autobiografía y otros escritos. Esto naturalmente plantea la pregunta: ¿Trotsky estaba mintiendo? Los tres lo acusan de racionalizaciones y evasiones, y de juicios superficiales o equivocados, pero no de flagrantes falsedades, mentiras conscientes o la fabricación de documentos. Su Trotsky es demasiado orgulloso para ello. No obstante, si Trotsky realmente piensa que está diciendo la verdad, entonces algunas de las afirmaciones de ellos son inverosímiles. Además de todo esto, el relato de Trotsky es consistente con una variedad de fuentes (de formas en que sus relatos innovadores no lo son).
Con licencia artística y todo, parece haber más verdad en las interpretaciones de las novelistas. Ellas no niegan ni la grandeza de Trotsky ni el drama inherente al hombre, sus convicciones revolucionarias, y el contexto de luchas sociales y del movimiento obrero. De hecho, la aparición de todas estas obras (cada una a su modo conteniendo ficción y no ficción) indica un creciente interés en lo que Trotsky representó, sugiriendo que podemos realmente estar entrando en un “momento de Trotsky”, particularmente con la reemergencia de la crisis capitalista, el fermento radical y las insurgencias globales de nuestro tiempo.
Bernard Patenaude
Trotsky: Downfall of a Revolutionary
Harper Perennial, 2010, 384 páginas
Rick Geary
Trotsky: A Graphic Biography
Hill and Wang, 2009, 112 páginas
Louis Young-Tulin
The Ghost of Leon Trotsky
iUniverse, 2008, 218 páginas
Meaghan Delahunt
In the Casa Azul: A Novel of Revolution and Betrayal
Picador, 2003, 320 páginas
Barbara Kingsolver,
The Lacuna
Harper Perennial, 2010, 544 páginas
Lillian Pollack
The Sweetest Dream: Love, Lies, & Assassination
iUniverse, 2008, 386 páginas
Robert Service
Trotsky: A Biography
Belknap Press, 2009, 648 páginas
Geoffrey Swain
Trotsky
Longman, 2006, 248 páginas
Ian D. Thatcher
Trotsky
Routledge, 2002, 288 páginas
[i] Bertrand M. Patenaude, Trotsky, Downfall of a Revolutionary, Nueva York, HarperCollins, 2009, p. 8. Trotsky, León, The History of the Russian Revolution, Tres volúmenes en uno, Nueva York, Simon and Schuster, 1936, reimpresa por Haymarket Books, p. xvii.
[ii] Geary, Rick, Trotsky, A Graphic Biography, Nueva York, Hill and Wang, 2009, pp. 3-4.
[iii] Young-Tulin, Lois, The Ghost of Leon Trotsky, Nueva York, iUniverse, 2008, p.77.
[iv] Delahunt, Meaghant, In the Casa Azul, Nueva York, Picador, 2001, p. 189.
[v] Kingsolver, Barbara, The Lacuna, Nueva York, HarperCollins, 2009, p. 245.
[vi] Pollak, Lillian, The Sweetest Dream, Nueva York, iUniverse, 2008, pp. 345.
[vii] Service, Robert, Trotsky, A Biography, Cambridge, Harvard University Press, pp. 267, 4.
[viii] Thatcher, Ian D., Trotsky, London, Routledge, 2003, p. 119. Análisis y documentación corrigiendo la caricatura antileninista puede ser encotnrada en Le Blanc, Paul, Lenin and the Revolutionary Party, Amherst, Nueva York, Humanity Books, 1993; Lih, Lars, Lenin Rediscovered: ¿Qué hacer? en contexto, Chicago, Haymarket Books, 2010; Lenin, Vladimir Ylyich, Lenin, Revolution, Democracy, Socialism: Obras Escogidas 1895-1923, editadas por Le Blanc, Paul, London, Pluto Press, 2008.
[ix] Deutscher, Isaac, The Prophet Unarmed: Trotsky 1921-1929, Oxford, Reino Unido, Oxford University Press, 1959, p.78.
[x] Kingsolver, p. 212.
[xi] Thatcher, pp. 9, 10, 55, 98, 126, 128. La cita de Lenin fue parte del acta pública de los primeros días de la Revolución, citada, por ejemplo, en Service, p. 190.
[xii] Thatcher, pp. 161, 164, 176, 182.
[xiii] Delahunt, p. 257.
[xiv] Patenaude, p. 130, citando correspondencia de Joe Hansen, principal asesor norteamericano de Trotsky, a su esposa Reba.
[xv] Para más detalles, ver críticas de Trotsky, A Biography de Service, incluidas: Le Blanc, Paul, “Second Assassination of Leon Trotsky”, Links, International Journal of Socialist Renewal, 25/12/09, http://links.org.au/node/1440, y bajo el título de “Trotsky Lives” en Revolutionary History, Vol. 10, Nº. 2, 2010; Ticktin, Hillel, “In Defense of Leon Trotsky”, Weekly Worker, http://www.cpgb.org.uk/worker2/index.php?action=viewarticle&article_id=1003818, 06/04/2010; Twiss, Thomas y Le Blanc, Paul, “Revolutionary Betrayed: Leon Trotsky and His Biographer”, International Socialist Review, Nº. 71, mayo-junio de 2010.
[xvi] Patenaude, p. 282. Para mayor material acerca de los verdaderos puntos de vista de Trotsky, ver: The Struggle Against Fascism in Germany, Nueva York, con una valiosa introducción de Ernest Mandel, y Marshall, Thomas, Twiss’s scholarly re-examination, Trotsky and the Problem of Soviet Bureaucracy, Universidad de Pittsburgh, tesis doctoral, 2009. Estudios serios del pensamiento de Trotsky también se pueden encontrar en: Chattopadhyay, Kunal, The Marxism of Leon Trotsky, Kolkata [Calcuta, India], Progress Publishers, 2006; Knei-Paz, Baruch, The Social and Political Thought of Leon Trotsky, Oxford, Reino Unido, Oxford University Press, 1978; Dunn, Bill y Radice, Hugo eds., 100 Years of Permanent Revolution, Results and Prospects, Londres, Pluto Press, 2006; Broué, Pierre, Revolutionary Historian (Número especial de Revolutionary History, vol. 9,Nº. 4, Londres, Merlin Press, 2007, que incluye una selección del trabajo de Broué; Hallas, Duncan, Trotsky’s Marxism, Chicago, IL, Haymarket, 2003; Mandel, Ernest, Trotsky As Alternative, Londres, Verso, 1995; Löwy, Michael, The Politics of Combined and Uneven Development, Chicago, IL, Haymarket, 2010.
[xvii] Thatcher, pp. 187, 162.
[xviii] Dos de muchos ejemplos pueden ser ofrecidos aquí:
(1) En la primera página de su estudio, Swain (en un punto reiterado por Service y Thatcher) afirma que en Leon Trotsky and the Politics of Economic Isolation, Cambridge, Reino Unido, Cambridge University Press, 1973, el historiador “Richard Day…argumentó convincentemente que Trotsky, lejos de ser un internacionalista, creía firmemente en la posibilidad de construir el socialismo en un solo país”. El propio Day, en respuesta, comentó: «Verdaderamente no puedo imaginar cómo alguien podría decir que Trotsky no era un ‘internacionalista’ de principio a fin» (Richard Day en un e-mail al autor citado en North, David, Leon Trotsky & the Post-Soviet School of Historical Falsification, Oak Park, MI, Mehring Books, 2007, p. 27.
(2) En la misma página de su estudio, Swain dice: “Erik van Ree demolió la idea de que Trotsky era el heredero de Trotsky, citando a van Ree, Erik, “‘Lenin’s Last Struggle’ Revisited”, Revolutionary Russia, Vol. 14, Nº. 2, diciembre de 2001. Ree se propone desacreditar el relato clásico de Moshe Lewin en Lenin’s Last Struggle, Nueva York, Vintage Books, 1970, pero confiesa que ello “no pretende ser una presentación de hechos nuevos”. En lugar de eso, ofrece un “nuevo” giro interpretativo (en consonancia con la clase de anticomunismo que el autor comparte con autores neoconservadores como Richard Pipes, a quien cita con aprobación, y también con la variante maoísta de estalinismo que alguna vez abrazó) o, como lo pone Pipes, “presenta un modelo alternativo para entender el conflicto final entre Lenin y Stalin”, uno en el que se presenta a Lenin como un fanático centralizador, “un centralizador tan convencido como Stalin”, cuyas propuestas, por lo tanto, “hicieron más por preparar el posterior estalinismo que por obstaculizarlo” (pp. 88, 105, 119). La “nueva interpretación” de Ree implica atribuirle a Lewin posiciones que éste no sostiene y derribar hombres de paja. Por ejemplo, la centralización no es, por sí misma, inherentemente antidemocrática, ni ha sido vista por Lewin y otros como la cuestión clave que divide a Lenin y Stalin. Mientras el artículo sostiene, de paso, que el significado de la alianza entre Lenin y Trotsky ha sido malinterpretado, apenas se centra en la cuestión del “heredero de Lenin”, y tampoco en “demoler” la noción de que Lenin y Trotsky estaban aliados estrechamente en una lucha contra las políticas burocráticas y autoritarias representadas por Stalin.
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Quería hacer una observacione sobre el texto posteado:
Este trabajo es una investigación “critica” sobre las últimas investigaciones históricas y novelas que se publicaron en USA sobre LT. La tesis de Paul Le Blanc es que los autores de las mencionadas obras están siendo históricamente injustos con Trotsky sin mencionar que tergiversan los hechos. Todo eso sumado a que caracteriza como causal del surgimiento del tema LT en los claustros académicos el momento histórico de crisis capitalista que actualmente estamos viviendo, según él “podemos estar entrando en un momento de Trotsky”
Mi observación consiste en la justificación que Le Blanc da sobre el anti-trotkysmo de sus colegas. Para él no se debe simplemente a “una tendencia política” sino más bien una metodología “una crítica negativa de otros es un método mediante el cual uno le da expresión a su propio ser académico” en otras palabras: polemizo contra alguien para darle un perfil a mi trabajo, lo cual si vamos al caso es el procedimiento clásico para hacer una investigación, pero lo que no se está aclarando aquí es que la selección del autor y del tema contra el cual polemizo está marcado por la ideología del autor. Pensar que puede hacer un trabajo critico desde el aire o si se quiere sin ideología es falaz o posmoderno (según se prefiera)
De todas maneras bienvenidos sean todos los trabajos que quieran polemizar contra LT! El socialismo solo a llegar a través de la lucha ya sea política, económica o teórica.
Un saludo
Javi Caseros